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La casa de los espíritus
Isabel Allende
para despedirla, a causa de Clara, que estaba observando con el rabillo del ojo desde
su rincón.
-Pero no he venido a molestarlo con, noticias que escapan a su control, Esteban. He
venido a hablar con su nieta Alba, porque tengo un mensaje para ella de su abuela.
El senador llamó a Alba. La joven no había visto a Luisa Mora desde que tenía siete
años, pero se acordaba perfectamente de ella. La abrazó con delicadeza, para no
desbaratar su frágil esqueleto de marfil y aspiró con ansias una bocanada de ese
perfume inconfundible.
-Vine a decirte que te cuides, hijita -dijo Luisa Mora después que se hubo secado el
llanto de emoción-. La muerte te anda pisando los talones. Tu abuela Clara te protege
desde el Más Allá, pero me mandó a decirte que los espíritus protectores son ineficaces
en los cataclismos mayores. Sería bueno que hicieras un viaje, que te fueras al otro
lado del mar, donde estarás a salvo.
A esas alturas de la conversación, el senador Trueba había perdido la paciencia y
estaba seguro que se encontraba frente a una andana demente. Diez meses y once
días más tarde, recordaría la profecía de Luisa Mora, cuando se llevaron a Alba en la
noche durante el toque de queda.
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