era un sueño, y él estaba dormido en alguna parte, quizás en la cabaña congelándose
hasta morir. Tal vez... De repente, un terrible ruido lo despertó de su ensoñación. Venía
de la cocina, y Mack se paralizó. Por un momento hubo un silencio mortal, y luego, in-
esperadamente, Mack oyó una risa estruendosa. Salió con curiosidad del baño y aso-
mó la cabeza por la entrada de la cocina.
La escena frente a él lo impactó. Al parecer, Jesús había tirado al suelo un enorme ta-
zón con una especie de pasta o salsa, que se regó por todas partes. Seguramente ha-
bía caído cerca de Papá, porque la parte inferior de su falda y sus pies descalzos esta-
ban cubiertos de ese revoltijo. Reían tan fuerte que Mack creyó que habían dejado de
respirar. Sarayu dijo algo sobre los torpes seres humanos y los tres empezaron a car-
cajearse de nuevo. Por último, Jesús pasó de prisa junto a Mack y volvió un minuto
después con una enorme palangana con agua y toallas. Sarayu ya había empezado a
quitar esa sustancia viscosa del piso y los aparadores, pero Jesús llegó directo hasta
Papá y, postrándose ante él, se puso a limpiar el frente de sus ropas. Luego se agachó
hasta sus pies y tomó suavemente uno por uno, metiéndolos en la palangana, donde
los limpió y masajeó.
-¡Aaaah, qué rico! -exclamó Papá, mientras proseguía con sus tareas en la cocina.
Recargado en la puerta y mirando, Mack era un remolino de ideas. ¿Entonces, así era
Dios en sus relaciones? Era bello, y muy seductor. Supo que no importaba de quién
había sido la culpa: el desastre de que un tazón se hubiera roto, de que un platillo pla-
neado no fuera a compartirse. Obviamente, lo que en verdad importaba era el amor
que ellos se tenían, y la plenitud que eso les daba. Sacudió la cabeza. ¡Qué diferente
era eso a como él trataba a veces a quienes amaba!
La cena fue sencilla, pero un festín de todos modos. Ave asada de algún tipo en una
especie de salsa de naranja y mango. Verduras frescas sazonadas con sabía Dios qué,
todo delicioso y punzante, picante y fuerte. El arroz era de una calidad que Mack nunca
antes había probado, y podría ser una comida completa. Lo único raro fue el principio,
cuando Mack, por costumbre, inclinó la cabeza antes de recordar dónde estaba. Cuan-
do levantó la vista, los tres se reían de él. Así que dijo, lo más despreocupadamente
que pudo:
-Um, gracias a todos... ¿Me podrían pasar un poco de ese arroz?
-¡Claro! Íbamos a comer una increíble salsa japonesa, pero unos dedos grasosos -Pa-
pá se inclinó hacia Jesús- decidieron ver si brincaba.
-¡Vamos! -respondió Jesús, en burlona defensa-. Tenía las manos resbalosas. ¿Qué
más puedo decir?
Papá le guiñó un ojo a Mack mientras le pasaba el arroz.
-Es imposible que le ayuden a una aquí.