Mack se sintió de súbito más ligero que el aire, casi como si no tocara el suelo. Ella lo
abrazaba sin abrazarlo, o hasta sin tocarlo siquiera. Sólo cuando se apartó, segundos
más tarde quizás, él se dio cuenta de que seguía parado sobre sus pies y éstos se-
guían tocando el suelo.
-Oh, no te inquietes por ella -dijo riendo la enorme mujer negra-. Tiene ese efecto en
todos.
-Me gusta -susurró él, y los tres estallaron en nuevas carcajadas. Esta vez Mack se vio
riendo con ellos sin saber exactamente por qué y sin que en realidad tampoco le impor-
tara.
Cuando al fin dejaron de reír, la mujer grande rodeó con su brazo los hombros de
Mack, lo atrajo hacia sí y le dijo:
-Bueno, nosotros sabemos quién eres, pero quizá deberíamos presentarnos. Yo -movió
las manos en un gesto ceremonioso- soy el ama de casa y cocinera. Puedes llamarme
Elousia.
-¿Elousia? -preguntó Mack, sin comprender nada.
-Bueno, no necesariamente tienes que llamarme Elousia; es sólo un nombre al que soy
afecta y que tiene particular significado para mí. Así que -cruzó los brazos, llevándose
una mano al mentón, como reflexionando a conciencia- podrías llamarme como lo hace
Nan.
-¿Qué? No querrás decir que... -Mack se sintió aún más asombrado y confundido.
¿Acaso ella era Papá, quien le había enviado la nota?-. ¿Es decir, "Papá"?
-Sí -respondió ella y sonrió, esperando que Mack hablara como si tuviera algo que de-
cir, lo cual no ocurrió.
-Y yo -interrumpió el hombre, quien parecía de treinta y tantos años y un poco más bajo
que Mack- intento mantener las cosas en buen estado aquí. Me gusta trabajar con las
manos, aunque, como ambas te lo confirmarán, también me agrada cocinar y cuidar del
jardín tanto como ellas.
-Pareces de Medio Oriente, ¿eres árabe? -conjeturó Mack.
-Medio hermano de esa gran familia. Soy hebreo; para ser exacto, de la casa de Judá.
-Entonces... -Mack se quedó estupefacto ante su constatación-. Entonces tú eres...