Salieron de la casa hasta la entrada de autos, donde se encontraba el Jeep. Willie sacó
las llaves de su bolsillo y se las dio a Mack.
-Bueno -dijo Willie rompiendo el silencio-, ¿dónde están todos, y qué piensa Nan de
que vayas a la cabaña? No puedo imaginar que le haya gustado.
-Nan y los muchachos fueron a visitar a la hermana de ella a Islands, y... no le dije que
iría -confesó Mack.
Esto sorprendió obviamente a Willie.
-¿Qué? Nunca le guardas secretos. ¡No puedo creer que le hayas mentido!
-No le mentí -objetó Mack.
-Perdona que insista -replicó bruscamente Willie-. No le mentiste, de acuerdo, porque
no le dijiste toda la verdad. Ah, sí, ella lo comprenderá todo... -entornó los ojos.
Mack ignoró ese arrebato y volvió a la casa y a su despacho. Buscó el juego de llaves
de repuesto de su auto y de la casa y, tras vacilar un instante, tomó la cajita de hojala-
ta. Regresó afuera, con Willie.
-Bueno, ¿cómo crees que sea? -preguntó Willie, riendo entre dientes mientras él se
acercaba.
-¿Quién? -inquirió Mack.
-¡Dios, h ombre! ¿Qué crees que parezca, si acaso se toma la molestia en aparecer? Ya
te veo asustando espantosamente a un pobre excursionista preguntándole si es Dios y
exigiéndole respuestas y todo.
Mack sonrió ante la idea.
-No sé. Tal vez sea una luz muy brillante, o un arbusto en llamas. Siempre me lo he
imaginado como un abuelo enorme de barba blanca, larga y suelta, como Gandalf en El
Señor de los Anillos de Tolkien.
Se alzó de hombros, le entregó sus llaves a Willie y se dieron un rápido abrazo.
Willie subió al coche de Mack y bajó la ventanilla del conductor:
-Bueno, si es que llega, salúdalo de mi parte -le dijo, con una sonrisa-. Dile que yo tam-
bién tengo unas preguntitas que hacerle. ¡Y, por favor, no lo vayas a hacer enojar!
Los dos rieron.