Kate no supo qué responder. Abrumada y sollozante, soltó la mano de su padre y salió
corriendo del cuarto. Nan, con lágrimas rodando por sus mejillas, dirigió a Mack una
desvalida pero alentadora mirada y salió al instante en persecución de su hija.
La siguiente vez que Mack despertó, Kate dormía junto a él en la cama, acurrucada y
segura. Evidentemente Nan le había ayudado a remediar parte de su dolor.
Cuando Nan vio que él había abierto los ojos, se acercó en silencio, para no despertar
a su hija, y lo besó.
-Te creo -murmuró, y él asintió y sonrió, sorprendido de lo importante que era oír eso.
Quizá los medicamentos lo habían vuelto muy sensible, pensó.
Mack mejoró rápido en las semanas posteriores. Apenas un mes después de haber si-
do dado de alta en el hospital, Nan y él llamaron al recién nombrado subjefe de policía
de Joseph, Tommy Dalton, para hablarle de la posibilidad de volver a recorrer el área
más allá de la cabaña. Como ésta y sus alrededores habían vuelto a su original desola-
ción, Mack había empezado a preguntarse si acaso el cuerpo de Missy aún estaría en
la cueva. Podía ser complicado explicar a los agentes de la ley cómo supo dónde esta-
ba oculto el cuerpo de su hija, pero Mack estaba seguro de que un amigo le concedería
el beneficio de la duda sin importar lo que hubiera ocurrido.
Y, en efecto, Tommy se mostró amable. Aun después de oír la historia del fin de sema-
na de Mack, que atribuyó a los sueños y pesadillas de un padre aún afligido, estuvo de
acuerdo en regresar a la cabaña. Quería ver a Mack de todas maneras. Se habían re-
cuperado artículos personales del desastre del Jeep de Willie, y devolverlos era una
buena excusa para pasar un rato juntos. Así que una clara y fresca mañana de sábado
de principios de noviembre, Willie llevó a Mack y Nan a Joseph en su nueva camioneta
usada, donde se encontraron con Tommy y los cuatro se dirigieron a la Reserva.
A Tommy le sorprendió ver que Mack pasaba más allá de la cabaña, hasta un árbol
cerca del nacimiento de una vereda. Justo como se lo había explicado de camino allá,
Mack encontró y señaló un arco rojo en la base del árbol. Todavía con una leve cojera,
los guió en una excursión de dos horas al bosque. Nan no decía palabra, pero su rostro
revelaba claramente la intensidad de las emociones con que batallaba a cada paso. A
lo largo del camino siguieron hallando el mismo arco rojo grabado en árboles y superfi-
cies rocosas. Para cuando llegaron a una amplia extensión de rocas, Tommy empeza-
ba a convencerse, quizá no de la veracidad de la descabellada historia de Mack, sino
de que seguían una senda cuidadosamente marcada, dejada tal vez por el asesino de
Missy. Sin vacilar, Mack entró directamente al laberinto de rocas y paredes montaño-
sas.
Probablemente jamás habrían encontrado el lugar exacto si no hubiera sido por Papá.
Dispuesta en la punta de una pila de