-A lo mejor sí, mi vida. A veces las leyendas se basan en historias reales, cosas que sí
sucedieron.
De nuevo silencio, y después:
-¿Entonces la muerte de Jesús es una leyenda?
Mack podía oír girar los engranajes de la mente de Kate.
-No, cariño, ésa es una historia verídica. ¿Y sabes qué? Creo que la historia de la prin-
cesa india también ha de ser verídica.
Mack esperó a que sus hijas procesaran sus ideas.
Missy fue la siguiente en preguntar:
-¿El Gran Espíritu es uno de los nombres de Dios: ya sabes, el papá de Jesús?
Mack sonrió en la oscuridad. Obviamente, las oraciones nocturnas de Nan estaban te-
niendo efecto.
-Supongo que sí. Es un buen nombre para Dios, porque él es espíritu y es grande.
-¿Entonces por qué es tan malo?
Ah, ahí estaba al fin la pregunta que había estado cocinándose.
-¿Qué quieres decir, Missy?
-Bueno, el Gran Espíritu hace que la princesa salte del risco y que Jesús muera en una
cruz. Para mí, eso es ser muy malo.
Mack se quedó atónito. No supo qué contestar. A sus seis y medio años de edad, Missy
hacía preguntas con las que los sabios habían lidiado durante siglos.
-Mi amor, Jesús no creyó que su papá fuera malo. Pensaba que su papi estaba lleno de
amor y que lo quería mucho. Su papá no lo obligó a morir. Jesús decidió morir, porque
él y su papá te aman a ti, me aman a mí y aman a todo el mundo. Nos salvó de nuestra
enfermedad, igual que como hizo la princesa.
Llegó entonces el silencio más largo, y Mack se preguntó si las niñas se habían queda-
do dormidas. Justo cuando estaba a punto de agacharse para darles el beso de buenas
noches, una vocecita a todas luces temblorosa rompió el silencio:
-¿Papá?