LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 177

-Mackenzie, el perdón no excusa nada. Créeme: lo último que podría pasarle a este hombre es quedar absuelto. Y tú no tienes ningún derecho a la justicia en este aspecto. Yo me ocuparé de eso. En cuanto a Missy, ella ya lo perdonó. -¿Lo perdonó? -Mack no alzó la vista siquiera-. ¿Cómo pudo hacerlo? -Gracias a mi presencia en ella. Esa es la única manera en que el verdadero perdón es posible. Mack sintió que Papá se sentaba junto a él en el suelo, pero aun así no volteó. Mien- tras los brazos de Papá lo envolvían, empezó a llorar. -Sácalo todo -oyó murmurar a Papá, y por fin pudo hacer precisamente eso. Cerró los ojos mientras las lágrimas salían a raudales. El recuerdo de Missy volvió a inundar su mente: visiones de cuadernos para colorear y creyones, vestidos destroza- dos y sanguinolentos. Lloró hasta sacar toda la oscuridad, toda la añoranza y toda la pérdida, sin que quedara nada. Cerrados los ojos, meciéndose adelante y atrás, rogó: -Ayúdame, Papá. ¡Ayúdame! ¿Qué hago? ¿Cómo lo perdono? -Díselo. Mack volteó, como si esperara ver ahí a un hombre que no conocía. -¿Cómo, Papá? -Sólo dilo en voz alta. Hay poder en lo que mis hijos declaran. Mack empezó a murmurar, primero en tono a medias sincero y vacilante, pero después con creciente convicción: -Te perdono. Te perdono. Te perdono. Papá lo estrechó. -Mackenzie, eres una gran alegría para mí. Cuando Mack terminó de reponerse, Papá le dio un paño húmedo para que se limpiara la cara. Luego se puso de pie, al principio un poco tambaleante.