LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 171

amarrada con una cuerda prendida a cada extremo para cargarse con facilidad. Se lo dio a Mack, quien percibió de inmediato la maravillosa mezcla de fragancias que salían del atado. Era una combinación de hierbas y flores aromáticas que creyó reconocer. Olía a canela y menta, junto con sales y frutas. -Este es un regalo, para después. Papá te enseñará a usarlo. Ella sonrió y lo abrazó. O ésa fue la única manera en que él podía describirlo. Siempre era muy difícil saber con ella. -Llévalo tú -añadió Papá-. Las recogiste ayer con Sarayu. -Mi regalo esperará aquí hasta que regreses. -Jesús sonrió y también abrazó a Mack, sólo que con él sí lo sintió como un abrazo. Los dos salieron por la puerta trasera y Mack se quedó solo con Papá, quien revolvía un par de huevos y freía dos tiras de tocino. -Papá -preguntó Mack, sorprendido de lo fácil que era ahora llamarlo así-, ¿tú no vas a comer nada? -Nada es un ritual, Mackenzie. Tú necesitas esto, yo no. -Sonrió-. Y no devores. Tene- mos mucho tiempo, y comer demasiado rápido no es bueno para tu digestión. Mack comió despacio y en relativo silencio, disfrutando simplemente de la presencia de Papá. En cierto momento, Jesús asomó la cabeza al comedor para informar a Papá que ha- bía dejado afuera las herramientas que necesitaban, justo junto a la puerta. Papá le dio las gracias a Jesús, quien lo besó en los labios y salió por la puerta trasera. Mack ayudaba a lavar los trastes cuando preguntó: -Lo quieres mucho, ¿verdad? A Jesús, quiero decir. -Sé a quién te refieres -contestó Papá, riendo. Hizo una pausa mientras lavaba el sar- tén-. ¡Con todo mi corazón! Supongo que hay algo muy especial en un Hijo único. -Pa- pá le guiñó el ojo a Mack y continuó-: Esto es parte de la singularidad con que lo co- nozco. Terminaron de lavar los trastes y Mack siguió a Papá afuera. Rompía el alba sobre las cimas de las montañas, y los colores de la aurora empezaban a identificarse contra el gris cenizo de la noche en fuga. Mack tomó el regalo de Sarayu y se lo colgó al hom- bro. Papá le dio un pequeño zapapico que estaba junto a la puerta y se echó una mo- chila a la espalda. Tomó una pala con una mano y un bastón con la otra, y sin decir pa- labra atravesó el jardín y el huerto en dirección al lado derecho del lago.