amarrada con una cuerda prendida a cada extremo para cargarse con facilidad. Se lo
dio a Mack, quien percibió de inmediato la maravillosa mezcla de fragancias que salían
del atado. Era una combinación de hierbas y flores aromáticas que creyó reconocer.
Olía a canela y menta, junto con sales y frutas.
-Este es un regalo, para después. Papá te enseñará a usarlo.
Ella sonrió y lo abrazó. O ésa fue la única manera en que él podía describirlo. Siempre
era muy difícil saber con ella.
-Llévalo tú -añadió Papá-. Las recogiste ayer con Sarayu.
-Mi regalo esperará aquí hasta que regreses. -Jesús sonrió y también abrazó a Mack,
sólo que con él sí lo sintió como un abrazo.
Los dos salieron por la puerta trasera y Mack se quedó solo con Papá, quien revolvía
un par de huevos y freía dos tiras de tocino.
-Papá -preguntó Mack, sorprendido de lo fácil que era ahora llamarlo así-, ¿tú no vas a
comer nada?
-Nada es un ritual, Mackenzie. Tú necesitas esto, yo no. -Sonrió-. Y no devores. Tene-
mos mucho tiempo, y comer demasiado rápido no es bueno para tu digestión.
Mack comió despacio y en relativo silencio, disfrutando simplemente de la presencia de
Papá.
En cierto momento, Jesús asomó la cabeza al comedor para informar a Papá que ha-
bía dejado afuera las herramientas que necesitaban, justo junto a la puerta. Papá le dio
las gracias a Jesús, quien lo besó en los labios y salió por la puerta trasera.
Mack ayudaba a lavar los trastes cuando preguntó:
-Lo quieres mucho, ¿verdad? A Jesús, quiero decir.
-Sé a quién te refieres -contestó Papá, riendo. Hizo una pausa mientras lavaba el sar-
tén-. ¡Con todo mi corazón! Supongo que hay algo muy especial en un Hijo único. -Pa-
pá le guiñó el ojo a Mack y continuó-: Esto es parte de la singularidad con que lo co-
nozco.
Terminaron de lavar los trastes y Mack siguió a Papá afuera. Rompía el alba sobre las
cimas de las montañas, y los colores de la aurora empezaban a identificarse contra el
gris cenizo de la noche en fuga. Mack tomó el regalo de Sarayu y se lo colgó al hom-
bro. Papá le dio un pequeño zapapico que estaba junto a la puerta y se echó una mo-
chila a la espalda. Tomó una pala con una mano y un bastón con la otra, y sin decir pa-
labra atravesó el jardín y el huerto en dirección al lado derecho del lago.