-Lo comprendo -reconoció Papá-. No puedes ver en tu imaginación algo que no puedes
experimentar.
Mack pensó eso un momento.
-Eso creo... De todas maneras... ¿Ya ves? Mi cabeza no da para más.
Cuando los demás dejaron de reír, Mack continuó:
-Ustedes saben lo muy agradecido que les estoy por todo, pero han puesto demasia-
das cosas en mis manos este fin de semana. ¿Qué haré al volver a casa? ¿Qué espe-
ran de mí ahora?
Jesús y Papá voltearon a ver a Sarayu, quien dirigía un tenedor lleno de algo a su bo-
ca. Lo bajó despacio a su plato y dio respuesta a la confundida mirada de Mack:
-Mack -empezó-, debes perdonar a estos dos. Los seres humanos tienden a reestructu-
rar el lenguaje de acuerdo con su independencia y necesidad de actuar. Así que cuan-
do oigo que se abusa del lenguaje a favor de reglas para compartir la vida con noso-
tros, me es difícil guardar silencio.
-Lo cual está muy bien -añadió Papá.
-Entonces, ¿qué fue exactamente lo que dije? -preguntó Mack, picado ahora por la cu-
riosidad.
-Mack, termina tu bocado. Podemos hablar mientras comes.
Mack se dio cuenta de que él también dirigía el tenedor a su boca; masticaba en actitud
agradecida al tiempo que Sarayu empezó a hablar. Mientras lo hacía, ella parecía ele-
varse sobre su silla y resplandecer con una danza de sutiles tonos y matices, y la habi-
tación se llenó delicadamente de diversos aromas embriagadores semejantes al incien-
so.
-Permíteme contestar haciéndote una pregunta: ¿por qué crees que ideamos los Diez
Mandamientos?
Mack fue sorprendido de nuevo con el tenedor hacia la boca, pero de todas maneras
comió mientras pensaba cómo contestar a Sarayu.
-Supongo, o al menos eso me enseñaron, que son una serie de reglas que ustedes es-
peraban que los seres humanos obedecieran para vivir con rectitud en su gracia.
-Si eso fuera verdad, que no lo es -replicó Sarayu-, ¿cuántas personas crees que ha-
yan sido suficientemente rectas para entrar en nuestra gracia?