LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 157

-Lo comprendo -reconoció Papá-. No puedes ver en tu imaginación algo que no puedes experimentar. Mack pensó eso un momento. -Eso creo... De todas maneras... ¿Ya ves? Mi cabeza no da para más. Cuando los demás dejaron de reír, Mack continuó: -Ustedes saben lo muy agradecido que les estoy por todo, pero han puesto demasia- das cosas en mis manos este fin de semana. ¿Qué haré al volver a casa? ¿Qué espe- ran de mí ahora? Jesús y Papá voltearon a ver a Sarayu, quien dirigía un tenedor lleno de algo a su bo- ca. Lo bajó despacio a su plato y dio respuesta a la confundida mirada de Mack: -Mack -empezó-, debes perdonar a estos dos. Los seres humanos tienden a reestructu- rar el lenguaje de acuerdo con su independencia y necesidad de actuar. Así que cuan- do oigo que se abusa del lenguaje a favor de reglas para compartir la vida con noso- tros, me es difícil guardar silencio. -Lo cual está muy bien -añadió Papá. -Entonces, ¿qué fue exactamente lo que dije? -preguntó Mack, picado ahora por la cu- riosidad. -Mack, termina tu bocado. Podemos hablar mientras comes. Mack se dio cuenta de que él también dirigía el tenedor a su boca; masticaba en actitud agradecida al tiempo que Sarayu empezó a hablar. Mientras lo hacía, ella parecía ele- varse sobre su silla y resplandecer con una danza de sutiles tonos y matices, y la habi- tación se llenó delicadamente de diversos aromas embriagadores semejantes al incien- so. -Permíteme contestar haciéndote una pregunta: ¿por qué crees que ideamos los Diez Mandamientos? Mack fue sorprendido de nuevo con el tenedor hacia la boca, pero de todas maneras comió mientras pensaba cómo contestar a Sarayu. -Supongo, o al menos eso me enseñaron, que son una serie de reglas que ustedes es- peraban que los seres humanos obedecieran para vivir con rectitud en su gracia. -Si eso fuera verdad, que no lo es -replicó Sarayu-, ¿cuántas personas crees que ha- yan sido suficientemente rectas para entrar en nuestra gracia?