-Obviamente sabes de la fascinación de mi hija por las cascadas, y en especial por la
leyenda multnomah de la princesa.
Papá asintió.
-¿Es por eso? ¿Ella tuvo que morir para que tú pudieras hacerme cambiar?
-¡Vaya, Mack! -Papá se inclinó hacia delante-. No es así como hago las cosas.
-Pero a ella le gustaba mucho esa historia.
-Claro que le gustaba. Así fue como llegó a apreciar lo que Jesús hizo por ella y por to-
da la raza humana. Las historias sobre una persona que da su vida por otra son una
veta preciosa en el mundo de ustedes, que revela tanto su apuro como mi corazón.
-Pero si ella no hubiera muerto, yo no estaría aquí ahora...
-Mack, el solo hecho de que yo haga un bien increíble a partir de tragedias abomina-
bles no quiere decir que orqueste esas tragedias. Nunca supongas que si utilizo algo
significa que lo causé o que lo necesitaba para cumplir mis propósitos. Eso sólo te lle-
vará a falsas nociones sobre mí. La gracia no depende de que exista el sufrimiento, pe-
ro donde hay sufrimiento hallarás gracia en muchas facetas y colores.
-Es un alivio saber esto. No soportaría pensar que mi dolor hubiera acortado su vida.
-Missy no fue tu sacrificio, Mack. Ella es y será siempre tu alegría. Eso es suficiente
propósito para ella.
Mack se acomodó en su silla, examinando la vista desde el portal.
-¡Me siento tan satisfecho!
-Bueno, te comiste casi todos los panecillos...
-No me refiero a eso -rió-, y tú lo sabes. Ahora el mundo me parece francamente mil
veces más brillante, y yo me siento mil veces más ligero.
-¡Lo estás, Mack! No es fácil ser juez del mundo entero.
La sonrisa de Papá dio seguridades a Mack de que este nuevo terreno era inofensivo.
-O juzgarte a ti -añadió él-. Yo era un desastre... peor de lo que pensé. He malinterpre-
tado por completo lo que eres en mi vida.
-No totalmente, Mack. Hemos tenido algunos momentos maravillosos, también. Así que
no exageres.