LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 124

-No puedo. No puedo. ¡No lo haré! -aulló Mack, dejando salir en desorden palabras y emociones. La mujer permaneció de pie, viendo y esperando. Él la miró al fin, con ojos suplicantes. -¿Podría ir yo a cambio? Si necesitas torturar a alguien para toda la eternidad, yo iré en lugar de ellos. ¿Podría ser así? ¿Podría hacerlo yo? Cayó a sus pies, llorando y suplicando: -Por favor, déjame ir en lugar de mis hijos. Por favor, lo haría con gusto... Por favor, te lo ruego. Por favor... Por favor... -Mackenzie, Mackenzie -murmuró ella, con palabras que sonaron como una cubetada de agua fresca en un día sofocante. Le acarició suavemente las mejillas mientras lo ayudaba a levantarse. Por entre las lágrimas que nublaban su vista, él advirtió la ra- diante sonrisa de ella-. Ahora te pareces a Jesús. Has juzgado bien, Mackenzie. ¡Estoy tan orgullosa de ti! -Pero no he juzgado nada -repuso Mack, confundido. -Claro que lo hiciste. Has juzgado a tus hijos dignos de amor, aun si eso te costara to- do. Así es como Jesús ama. -Cuando él oyó estas palabras, pensó en su nuevo amigo esperando en el lago-. Y ahora conoces el corazón de Papá -añadió ella-, quien ama con perfección a todos sus hijos. La imagen de Missy destelló al punto en su mente, y Mack se descubrió erizándose de nuevo. Sin pensarlo, se levantó otra vez de la silla. -¿Qué pasa, Mackenzie? -preguntó ella. Él no vio caso en tratar de ocultarlo: -Comprendo el amor de Jesús, pero Dios es otra historia. No creo que se parezcan en nada. -¿No disfrutaste tu rato con Papá? -preguntó ella, sorprendida. -No, amo a Papá, quienquiera que sea. Es increíble, pero no se parece en nada al Dios que yo he conocido. -Tal vez tu comprensión de Dios era equivocada. -Tal vez. Pero el hecho es que no veo cómo Dios amó con perfección a Missy. -¿Así que el juicio prosigue? -preguntó ella con voz triste.