-Y debes elegir a tres de tus hijos para pasar la eternidad en el infierno.
Mack no podía creer lo que oía y empezó a sentir pánico.
-Mackenzie -la voz de ella fue en esta ocasión tan sosegada y maravillosa como la pri-
mera vez que la oyó-: lo único que te estoy pidiendo es que hagas lo que, según tú,
Dios hace. El conoce a cada persona que haya sido concebida, y la conoce mucho más
profunda y claramente de lo que tú conocerás a tus hijos. Él ama a cada uno de acuer-
do con su conocimiento del ser de ese hijo o hija. Tú crees que él condenará a la mayo-
ría a una eternidad de tormento, lejos de su presencia y separados de su amor, ¿no es
verdad?
-Supongo que sí. Nunca lo he pensado en esos términos. -Tropezaba con las palabras
en medio de su conmoción-. Sólo supuse que Dios podía hacerlo. El infierno era siem-
pre un tema abstracto, sin nada que ver con alguien que verdaderamente... -Mack vaci-
ló al darse cuenta de que lo que estaba a punto de decir sonaría feo- que verdadera-
mente me importara.
-Así que supones que Dios hace esto por gusto, mientras que tú no puedes hacerlo...
Anda, Mackenzie, ¿a cuáles de tus cinco hijos sentenciarás al infierno? Deben ser tres.
Katie es la que más pelea contigo ahora. Te trata mal y te ha dicho cosas hirientes.
Quizá ella sea la primera y más lógica opción. ¿Qué con ella? Tú eres el juez, Macken-
zie, y debes decidir.
-No quiero ser el juez -dijo él, parándose.
Su mente corría a toda velocidad. Esto no podía ser real. ¿Cómo podía Dios pedirle
que eligiera entre sus hijos? Nada más no podía sentenciar a Katie, ni a ninguno otro
de sus hijos, a una eternidad en el infierno sólo porque hubieran pecado contra él. Aun
si Katie o Josh o Jon o Tyler cometieran un crimen horrendo, él no lo condenaría. ¡No
podía! Para él, lo importante no eran sus actos, sino su amor por ellos.
-No puedo hacer esto -dijo en voz baja.
-Debes hacerlo -replicó ella.
-No puedo hacer esto -dijo él, con más fuerza y vehemencia.
-Debes hacerlo -repitió ella, bajando la voz.
-¡No... lo... haré...! -gritó Mack, hirviéndole la sangre.
-Debes hacerlo -murmuró ella.