LA CABAÑA La Cabana - W. Paul Young | Page 116

-Amas a tus hijos, Mackenzie, como tu padre nunca fue capaz de amarte a ti, ni de amar a tus hermanas. -¡Claro que amo a mis hijos! Todos los padres aman a sus hijos -afirmó Mack-. ¿Pero eso qué tiene que ver con el motivo de que yo esté aquí? -Es verdad, hasta cierto punto, que todos los padres aman a sus hijos -respondió ella, ignorando la segunda pregunta de Mack-. Pero has de saber que algunos de ellos es- tán demasiado destrozados para amarlos como deberían, y otros apenas pueden amar- los siquiera. En cambio, tú amas a tus hijos como se debe, y más que eso aún. -Aprendí mucho de Nan para lograrlo. -Lo sabemos. Pero lo aprendiste, ¿no? -Supongo que sí. -Entre los misterios de una humanidad fracturada, éste es uno de los más notables: aprender, hacer posible el cambio. -Ella estaba serena como un mar sin viento-. Así que entonces, Mackenzie, ¿puedo preguntar a cuál de tus hijos amas más? Mack sonrió por dentro. Conforme llegaban sus hijos, él había pugnado por contestar esa misma pregunta. -No amo a ninguno más que a los otros. Amo a cada cual de diferente manera -contes- tó, eligiendo con cuidado sus palabras. -Explícame eso, Mackenzie -dijo ella, interesada. -Bueno, cada uno de mis hijos es único. Y esa excepcionalidad y especial personalidad exige una respuesta única de mi parte. Él se acomodó en su silla. -Recuerdo cuando nació Jon, el primogénito. La maravilla de esa pequeña vida me cautivó tanto que