sin saber si continuar o no. Revuelto el estómago, sintió otra vez el peso entero de la
Gran Tristeza sobre sus hombros, hasta casi sofocarlo. Desesperado, quiso salir a la
luz, pero en el fondo creía que Jesús no lo habría enviado ahí sin un buen propósito.
Así que avanzó.
Sus ojos se recuperaron poco a poco del impacto de pasar de la luz del día a aquellas
profundas tinieblas, y un minuto después se ajustaron lo suficiente para distinguir un
pasadizo que se curvaba a su izquierda. Mientras Mack lo seguía, el brillo de la entrada
tras de sí se desvaneció, para ser remplazado por una tenue luminosidad que se refle-
jaba en las paredes desde un punto delante de él.
Menos de una treintena de metros después, el túnel dio abrupta vuelta a la izquierda, y
Mack se vio en la orilla de lo que supuso una honda c