-Exactamente, Mack. -Jesús lo miró y sonrió-. Nuestro deseo fue crear un ser que tu-
viera una contraparte plenamente igual y poderosa, el hombre y la mujer. Pero la inde-
pendencia de los seres humanos, que implica una búsqueda de poder y realización,
destruye la relación que su corazón anhela.
-Ahí está ese asunto otra vez -dijo Mack, buscando entre las rocas la piedra más pla-
na-. Esto siempre vuelve al poder, y a lo opuesto que es éste a la relación que tú tienes
con las otras dos personas. Me gustaría experimentar eso, contigo y con Nan.
-Por eso estás aquí.
-Me gustaría que ella también estuviera aquí.
-Ojalá hubiera sido posible -dijo Jesús, con tono meditabundo.
Mack no entendió qué había querido decir.
Guardaron silencio unos minutos, salvo por los gruñidos que emitían al arrojar piedras,
y el ruido que éstas hacían al saltar en el agua.
Jesús se detuvo cuando estaba a punto de lanzar una piedra.
-Me gustaría que recordaras una última cosa de esta conversación, Mack, antes de que
te vayas.
Lanzó la piedra.
Mack volteó, sorprendido:
-¿Antes de que me vaya?
Jesús ignoró su pregunta.
-Al igual que el amor, Mack, la sumisión no es algo que puedas hacer, especialmente
no tú solo. Separado de mi vida dentro de ti, no puedes someterte a Nan, ni a tus hijos,
ni a nadie más en tu vida, incluido Papá.
-¿Quieres decir -bromeó Mack- que no puedo sólo preguntar: "¿Qué habría hecho Je-
sús?"?
Jesús rió entre dientes.
-Buena intención, mala idea. Déjame explicarte qué significaría esto para ti, si es el
camino que decides tomar.
Hizo una pausa y adoptó un tono grave.