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Y hemos aprendido a dar gracias por estar con vida, aunque hayamos perdido todo lo material. ¡Pareciera ser que en tan pocos días hemos aprendido tantas cosas! Sin embargo, es bueno tener presente que lo ocurrido el 27 de febrero es, en muchos aspectos, una triste copia de lo ocurrido el 22 de mayo de 1960 y el 3 de marzo de 1985. Las mismas graves consecuencias, los mismos mea culpa, los mismos remordimientos, las mismas conclusiones, los mismos arrepentimientos y las mismas promesas.
Pero el tiempo y nuestra naturaleza humana se encargaron de ir borrando todo, para descubrir hoy que en aquellas ocasiones no aprendimos la lección. Vale la pena entonces que nos preguntemos: ¿cuántos terremotos más necesitaremos para aprender? No pretendo hacer un pronóstico fatalista, sino una amistosa advertencia y un sincero llamado a que hagamos un esfuerzo real para que podamos decir: esta vez sí que aprendimos la lección; y la lección consiste en gran medida en que debemos desarrollar como país una cultura preventiva.
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