Karl Lagerfeld, el genio de Chanel suplemento KARL LAGERFELD | Page 15
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Lagerfeld albergaba múltiples sensibilidades y visiones. Se anticipó a la extinción del
plástico, considerándolo materia de lujo y haciéndolo desfilar para Chanel, a la que resucitó
cuando la marca había quedado huérfana y él empezó a cortar los tweeds por encima de la
rodilla. Antes, por la casa, habían pasado varios creadores, pero hoy nadie recuerda sus
nombres. Cuando se puso el uniforme, adquirió una actitud distante y empezó a soltar
frases lapidarias. Después de Gabrielle Chanel, Karl ha sido el creador más carismático,
un icono pop, capaz de repetir cada temporada los mismos códigos de la maison, logrando
en cambio que parecieran nuevos. Además, con su propia marca, Karl Lagerfeld, y con
Fendi, ideó nuevos formatos en la temporalidad de la industria como las pre colecciones.
Decía que eran ideales las ricas que pasaban las navidades en el Caribe, pero a la vez fue de
los primeros en diseñar una colección para H&M. Entendía el nuevo business de la moda ,
instagrameó sus diseños y logró dominar el nuevo paradigma : había listas de espera en las
tiendas de todo el mundo, ansiando su gadget de temporada, y hizo crecer el volumen de
facturación de la casa hasta los 8.000 millones de euros al año actuales.
No inventó ninguna prenda, pero convirtió la moda en un fenómeno global. Rindió un
extremado culto a lo efímero: sus desfiles eran proezas de la mise-en-scène: playas,
glaciares, ríos, jardines recreados en el Gran Palais con un arte ilusionista practicado por un
hombre que nunca se complacía del todo y citaba a Paul Bourget: «por suerte, todavía
quedamos algunos que no tenemos ninguna estima por el mérito». Cambió la forma de
comunicar la moda y sobrevivió a muchas generaciones que, a su pesar, lo consideran padre
–él exclamaba en broma “padre, no, abuelo de una generación creativa”–. Oficialmente
solo declaró una enfermedad: los libros, y era coleccionista de incunables y coffe-tables.
Durante su estancia en el Hôpital Américain de París aseguran que fue un huésped
encantador. A pesar de su fama de misántropo e incuso de sus temporadas de aislamiento, a
Lagerfeld le gustaba la gente, los jóvenes, los artistas y artesanos. En la cercanía era un
hombre divertido, sagaz, muy curioso. Cuando defendía su gusto por dormir solo, afirmaba,
entre amigos, que uno tenía que poder leerse con libertad. De lo escatológico a lo sublime
no necesitaba transición. Consideraba que el matrimonio homosexual era demasiado
burgués, y defendía las pasiones “deportiva y limitadas en el tiempo”
Karl, al que una vez vi sin gafas –y tenía una mirada vibrante, sin bolsas, sin
monstruosidades–, combinó la tradición de los salones mundanos ilustrados con la
postmodernidad y rindió culto a lo efímero, desentendiéndose del pasado, igual que
aseguraba haberlo hecho en su propia vida, fue rico en su ansia de belleza. En los ateliers
de París, las petites mains que bajo su mirada severa y al tiempo tierna reprodujeron sus
sueños recordarán siempre su espíritu, al hombre educado, al dandi postmoderno.
Fue lector devoto de Catherine Pozzi, poeta de culto: “antes de entrar en la eterna
morada/Cómo saber de quién yo soy la presa/ Cómo saber de quién soy el amor”. Solía