Karl Lagerfeld, el genio de Chanel suplemento KARL LAGERFELD | Page 14
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sus dos mejores amigos, el ilustrador Antonio López en 1987 y, sobre todo, su
compañero Jacques des Bascher en el 89 . Fue entonces cuando Karl empieza a vestir su
mítico uniforme, y paulatinamente su círculo empezó a dejar de incluir a famosos, para
centrarse en una tribu mucho más fiel y cerrada: su maître d´hotel, su guardaespaldas,
su mano derecha Caroline Lébar, la gente del taller.
Avanzaba a saltos, con paso de ardilla; siempre pareció alto aunque no lo fuera, y oficiaba
con aires de Sócrates y de Diderot, pero también de Jim Morrison, Andy Warhol y
Madonna. Sin alcohol y sin drogas, fue el rey del iPod: los reglaba como generosa cortesía,
en la última onda de la música electrónica. “Le he traído uno con novedades que nadie
conoce, lo hecho yo mismo, así que sino le gusta es culpa mía”, me dijo en una ocasión. En
otra, me regaló uno vacío. Esos despistes formaban parte de su manejo con el tiempo,
aunque también era rey de las boutades.
En su casa de Saint Germain almorzaba sobre mantel fino, con Coca-Cola servida en una
jarra de cristal de Baccarat. Fue uno de sus combustibles desde que adelgazó casi cuarenta
kilos. No se soportaba a sí mismo obeso, y adoptó una disciplina militar. Se inventó otra
identidad, y levantó polémicas por su forma de hablar de la obesidad, y a la cantante Adele
la llamó gorda, aunque también dijo que tenía un gran talento y una voz divina. Detestaba
lo políticamente correcto, y aseguraba que nos empobrecía, pero en una ocasión le costó un
desmentido en televisión. En una entrevista que realicé para Marie Claire España en 2012,
y ante una foto de Zapatero, me dijo: “es un imbécil, como Hollande”, y se mostró
contrario a su política fiscal respecto a lo saben los franceses saben hacer mejor: moda,
coches, vinos y quesos. El exabrupto fue titular del Telediario de France 2: “Karl Lagerfed
afirma que François Hollande es un idiota”. Su equipo me rogó algún tipo de rectificación;
digamos que es un problema de contexto, les propuse, ya que difícilmente podía tratarse de
un error de traducción.
En su infancia, en Hamburgo, admiraba a Carmen Amaya y hasta empezó a vestirse como
ella y renovó el traje masculino con sus camisas Hilditch Key, derrochando un estilo
neogótico y veneciano, y renovando la estética de un Occidente que aseguraba que estaba
cansado, igual que su Europa, que pocas clases de moral podía dar…. Y aunque le
desagradara evocar, aseguraba que la conversación del siglo XVIII era mucho más
sofisticada que la de nuestros días. Su madre ejerció un papel fundamental en su vida. En
una entrevista me contó que, de niño, le preguntó por la homosexualidad; “es como el color
del cabello, unas personas son rubias y otras morenas, no es nada, no hay problema». En su
leyenda se hallan renglones torcían con Saint Laurent, años de voracidades sexuales
y pasiones turbulentas. En más de una ocasión afirmó que sus memorias, escritas en inglés,
se publicarían tras su muerte, y que prohibiría su traducción.