Bajaron la montaña. Un nombre musitaban sus labios puros y rojos que parecían morir de desesperanza. Nucano, el de los blancos amores, era sólo un recuerdo que parecía perderse en las brumas de aquel amanecer. Los negros ojos de Donají, se entrecerraron para enviar sus últimos pensamientos a Zaachila, a la patria bella, grande y victoriosa. Los sones bélicos de los zapotecos llegaban hasta los oídos de los fugitivos; el agua del río se veía oscura por la sangre de los guerreros de Cosijoeza.
La sed de venganza brotó incontenible en los mixtecos: ahí tenían a Donají, la bella, la del "Alma Grande" y junto a las aguas rumorosas, se consumó la venganza. Y ahí mismo, el tibio y decapitado cadáver encontró sepultura, y la verde pradera entretejió su mortaja, mientras el Río Atoyac recitaba la muerte dolorosa de la princesa zapoteca. Pasó mucho tiempo. Se cuenta que un día de invierno, un pastorzuelo descubrió un lirio fragante al pasar por las márgenes del Río Atoyac. Lo insólito de una flor en esa época lo llenó de asombro.
Más aún, cuando a los quince días volvió a encontrar en el mismo lugar, el mismo lirio terso y lozano, como si un misterioso poder lo conservara intacto. Una excavación en el lugar dio con el cuerpo de Donají, en cuya grácil cabeza había enraizado el lirio del valle. Parecía dormida y su cuerpo sin putrefacción admiró a quienes lo vieron. Quienes tanto se amaron en la vida, se unieron al fin: Donají y Nucano, descansan bajo la misma losa en la iglesia de Cuilapan de Guerrero. El viajero puede ver en el piso de la iglesia, con mediana cerca de hierro, un sepulcro con dos nombres: el de Doña Juana Cortés y el de
Don Diego de Aguilar, nombre que tomó el príncipe mixteco cuando lo bautizaron. Nucano "Fuego Grande", no dejó de lamentar en su vida la muerte de Donají. Ambos habían sacrificado su amor al amor de la patria. Nucano fue gobernador de los zapotecos y cuidó de aquel pueblo, que otrora le cubriera de heridas, como si en él viviera la graciosa princesa de sus tristes amores. La ciudad de Oaxaca ostenta orgullosamente en su escudo oficial, la núbil cabeza de Donají, que florece majestuosamente en el cielo límpido, en este cielo siempre azul de la que antes fue Antequera.
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