del hombre que sale de la mina, y nos parece poco relevante quien difunde
lo originario y se esfuerza por salvar las raíces; ignoramos que hay
mexicanos en la
NASA ,
y niños ganando concursos de conocimientos en
varias materias, no notamos la cara entusiasmada del pequeño que recibe
una moneda a cambio de un chicle, como si allí estuviera su futuro; porque
si no es futbol no lo vemos, y las “novelas” siguen siendo más atractivas
que escuchar o ver a un artista independiente, porque da contento cantar
narcocorridos cuando debería angustiarme que la realidad sea así, y no me
percato de que hay alguien que está haciendo mucho más que yo y nadie le
ha prestado atención y desperdiciamos el potencial que tenemos, no como
mexicanos, sino como seres humanos que pueden hacer algo, por muy
mínimo que sea, por su entorno y hay quien prefiere vivir vidas que no son
suyas enajenándose con lo que los medios pueden ofrecer.
Hemos apostado por las ficciones y hemos desatendido la realidad, y no es
que yo dude en la belleza de ese cine o que sienta que de alguna forma no
nos une a todos en tanto que nos resulta agradable pensar que quizás así
vivían mis abuelos, que así era la Ciudad de México, y que, en efecto, tal
vez pueda gustarme “echar gallo” y aventarme un huapango de vez en
cuando, ¿pero por qué construir ídolos con realidades que nunca fueron, y
meter a toda la nación en un lugar donde no es posible que entre por
completo? Porque el relato, el verdadero relato, no se da adentro, sino
afuera del cine.
Yo ciertamente no sé, ni pretendo explicar, qué tendrá el arte que lo hace
tan poderoso, pues la praxis nos ha enseñado que de una manera indecible
y curiosamente extraña que la literatura, la pintura, el teatro, el cine poseen
la cualidad de enfrascar al ser humano, de deleitarle al grado de recluirle en
su limbo de mentiras, de donde es difícil o incluso preferible no salir.
Porque a quién no le gustaría pensar que el día termina con canciones y un