Cómo despertar el gusto
por la LECTURA
Que alguien lea por puro gusto, por el placer
de leer, es la prueba definitiva de que realmente es un buen lector.
-Felipe Garrido
Cuando pienso en lecturas y libros, invariablemente evoco
la figura de mi madre en aquellos años de infancia en que,
guarecidas ambas bajo un improvisado techo de sábanas,
dedicábamos cada noche un momento a contar historias.
La voz de ella, imitando conejos chimuelos o gigantes gruñones capaces de derribar de un solo grito castillos enteros, sigue resonando en mí cuando recuerdo una infancia
ceñida por el asma, enfermedad que si bien no fue grave,
sí limitó mi gusto por las cosas heladas y otras aficiones
típicas de la niñez.
Ya sea en calidad de alumnos, profesores, padres de familia, editores o promotores, sabemos que leer es una
exigencia vital, pues quien no lee tiene menos posibilidades de acrecentar su cultura y de potenciar todas sus capacidades expresivas. Porque, ¿de dónde se obtiene un
vocabulario amplio que nos permita nombrar todo lo que
nos rodea? De la lectura. ¿De dónde podemos obtener
conocimiento del mundo pasado? De la lectura. ¿A partir de qué es posible tener una experiencia vicaria? De la
lectura. ¿Cómo podemos trascender nuestra existencia?
Escribiendo para ser leídos por los demás.
Nadie recuerda como lo más emocionante de su infancia
la imagen de un bote rebosante de basura en la esquina de
una calle, o se enternece al recordar la enorme televisión
de 30 pulgadas en el centro de la sala, y no lo hace porque –a menos de que forme parte de los Locos Adams– lo
que se aprehende con verdadera emoción es lo que se
asocia a la posibilidad de dar y recibir, como sucede en el
caso específico de la lectura, un acto interactivo por excelencia. Como apuntó el teórico alemán Wolfgang Iser,
el texto sólo despierta a la vida con la lectura,