preguntémosles por las decisiones que ellos tomarían en
las circunstancias en que se encuentra el personaje “x” ,
sobre lo que ellos cambiarían de la historia, sobre lo que
recuerdan de su vida con respecto a la narración, sobre lo
que siente cuando leen... Hay que lograr que el libro sea
una fuente de comunicación entre padres e hijos; si se alcanza este objetivo, la lectura quedará asociada al juego,
al afecto y la intimidad de una familia.
III. ¿Cómo leer?
Según el tipo de libro que tengamos en las manos, será la
estrategia que pongamos en marcha para desentrañar el
significado. No debemos leer de igual modo un libro científico que uno literario, ya el propósito y la naturaleza de uno
y otro son distintos.
La literatura, para empezar, se lee –casi siempre– por el
placer estético, lo cual no implica, desde luego, que éste
no pueda provocar ideas o, incluso, un aprendizaje, pero,
en todo caso, no es su finalidad esto último. La diferencia
de propósitos entre lo que se lee para ser aprendido y recordado, es decir con fines utilitarios en lo inmediato, con
relación a lo que se lee por disfrutar el sonido de las palabras y las imágenes que nos producen, hace, pues, que la
literatura deba leerse de una forma especial.
A los niños hay que enseñarlos a leer en voz alta para que
gocen el sonido de las palabras, para que se oigan a sí
mismos en la representación de otro; hay que fomentarles también la lectura en silencio para que desarrollen el
poder de la concentración; hay que motivarles a la lectura
dramatizada para que socialicen con otros compañeros o
miembros de la familia.
Cuando leamos para nuestros hijos necesitamos hacerlo
jugando. Lancémosles preguntas a propósito de la lectura,
preguntas inferenciales qu