Isla #1 | Page 3

Me había despertado el llanto de mamá. Siguió llorando a gritos por un par de horas. Al principio me senté junto a ella, pero después encontré que sería más útil hacernos algo de comer. Para cuando terminé de disponer el desayuno, caliente y proteico, sobre la mesa ella ya estaba en silencio, acurrucada sobre mi hermano chico, agitándose solo en los espasmos de respirar. Papá, parecía, estaba triste solo por mamá. La noticia lo había llenado de una energía desordenada, y se puso a arreglar la estantería rota del entrepiso, entre otras tareas que requerían algo de fuerza. “Lo que no hacemos hoy, no lo hacemos más”, decía, y rescataba el martillo del fondo del baúl. “Lo que no hacemos hoy, no lo hacemos más”, repetía, y subía la escalerita de mano. A mí lo que me preocupaba era mi incapacidad para interiorizar este cambio. Para decir la verdad yo no pienso mucho en mi hermano. Y, cuando lo hago, no pienso en él como un ser vivo, humano y mutable. Por eso no sabía si s éramo cinco El día que me enteré de que mi hermano mayor había muerto yo estaba en la casa de mis padres. Me quedé un rato viendo el techo, pensando qué hubiera hecho yo si la noticia me encontraba en Oslo, Cusco o Arachania. ¿Me hubiera comprado un pasaje para volver a casa lo más rápido posible y encontrar a todos ya secándose las lágrimas? Quizás directamente no me hubiera enterado, porque ellos serían capaces de omitir cualquier dato para darme la sorpresa en navidad.