Vi una tarántula del tamaño de mi orgullo
descansando en el remanso de tu balcón.
Miraba más allá de toda quietud
a toda presa que respiraba tu nombre.
Cual antena en la silueta de la noche,
dejó entrever la plenitud de su extensión,
escondiendo ambos aguijones bajo su tapado color oro miel.
La vi porque vi la baba,
espesa y tibia,
que nadaba frente a tu portón.
Y aún así, a nadie le importa.
Todos pasan,
todos miran
pero a nadie le importa.
Impune ella, acecha,
teje en silencio la red que ahogará de ti toda vida.
Yo, cobarde,
callo la advertencia que anuncia salvación
y la veo relamerse,
la veo acercarse con magnetismo voraz,
la veo gozar el éxtasis de su plan.
Y vos, despreocupada e indiferente,
respiras el paisaje,
con tintes de tibia paz.
Vi una araña del tamaño de mi miedo
interponiéndose frente a tu imagen
sobre el vidrio de aquel viejo locomotor.
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