EL INVERSOR INTELIGENTE
el oxígeno; si se corta el suministro, fallece. Para el inversor, lo que
Graham denominaba valores «de cotización» importan mucho menos.
Graham le apremia a invertir únicamente si se sentiría cómodo siendo
propietario de una acción aunque no tuviese ninguna forma de conocer su
cotización diaria.3
Al igual que apostar en el casino o en las carreras de caballos,
especular en el mercado puede ser emocionante o incluso provechoso (si se
acaba teniendo suerte). En cualquier caso, es el peor modo imaginable para
crear un patrimonio. El motivo es que Wall Street, al igual que Las Vegas o
que el hipódromo, ha ajustado las probabilidades de modo que la casa
siempre acabe ganando, al final, a cualquiera que trate de ganar a la casa a
su propio juego especulativo.
Por otra parte, la inversión es un tipo de casino único, en el que es
posible no perder al final, siempre y cuando se juegue única y
exclusivamente siguiendo las reglas que ponen las probabilidades
claramente a su favor. Las personas que invierten ganan dinero para sí
mismas; las personas que especulan ganan dinero para sus corredores. Ese,
a su vez, es el motivo de que Wall Street siempre minusvalore las virtudes
duraderas de la inversión y acentúe el llamativo atractivo de la
especulación.
Inseguro a alta velocidad
Confundir la especulación con la inversión, advierte Graham, es
siempre un error. En la década de 1990 esa confusión provocó una
destrucción masiva. Prácticamente a todo el mundo se le acabó la paciencia
a la vez, aparentemente, y Estados Unidos se convirtió en la Nación de la
Especulación, y en la de operadores del mercado que saltaban de acción en
acción como los saltamontes zumbando en un campo de heno en agosto.
Todo el mundo empezó a creer que la demostración de la validez de
una técnica de inversión era simplemente que «funcionase» o no. Si
obtenían mejores resultados que la media del mercado durante cualquier
período, por peligrosas o estúpidas que fuesen sus tácticas, las personas en
cuestión alardeaban de que tenían «razón». En cualquier caso, el inversor
inteligente no está interesado en tener razón temporalmente. Para alcanzar
los objetivos financieros a largo plazo, es necesario tener razón de manera
sostenida y fiable. Las técnicas que se pusieron tan de moda en la década
3
Como aconsejaba Graham en una entrevista, «Pregúntese a sí mismo: ¿Si no existiese un mercado para
estas acciones, estaría dispuesto a hacer una inversión en esta empresa en estas condiciones?». (Forbes, 1
de enero de 1972, p. 90).
54