EL INVERSOR INTELIGENTE
mayor parte de los demás inversores ya prevén lo mismo. Para el
momento en el que todo el mundo decide que una industria concreta es
«evidentemente» la mejor para invertir, las cotizaciones de las acciones
de las empresas de ese sector habrán ascendido tanto que su rentabilidad
futura no podrá evolucionar salvo a la baja.
Por lo menos hasta el momento actual nadie ha tenido las agallas
de seguir afirmando que la tecnología seguirá siendo el sector de mayor
crecimiento del mundo. De todas formas, no se olvide de lo siguiente: las
personas que en la actualidad afirman que el siguiente pelotazo seguro
estará en la asistencia sanitaria, en la energía, en el sector inmobiliario o
en el oro no tendrán más razón al final que la que acabaron teniendo los
que cantaban las alabanzas de la alta tecnología.
El resquicio de esperanza
Si en la década de 1990 ningún precio parecía demasiado elevado
para las acciones, en 2003 hemos llegado a un punto en el que ningún
precio parece ser suficientemente bajo. El péndulo ha oscilado, como
Graham sabía que siempre hace, desde la exuberancia irracional hasta el
pesimismo injustificable. En 2002 los inversionistas sacaron 27.000
millones de dólares de los fondos de inversión, y un estudio realizado
por la Securities Industry Association descubrió que uno de cada 10
inversionistas había reducido por lo menos un 25% su cartera de
acciones. Las mismas personas que estaban dispuestas a comprar
acciones a finales de la década de 1990, cuando su cotización ascendía y,
por lo tanto, eran muy caras, vendían acciones a medida que su
cotización se reducía y, por lo tanto, eran baratas.
Como Graham muestra con gran brillantez en el capítulo 8, esto es
exactamente lo contrario de lo que hay que hacer. El inversor inteligente
se da cuenta de que las acciones cada vez son más arriesgadas, no menos
arriesgadas, a medida que su cotización aumenta, y menos arriesgadas, y
no más, a medida que sus cotizaciones descienden. El inversor
inteligente teme el mercado alcista, puesto que hace que las acciones
resulten más caras de adquirir. Por el contrario, siempre y cuando se
tenga suficiente efectivo disponible para hacer frente a los gastos
necesarios, se deberían aceptar de buen grado los períodos bajistas del
mercado, puesto que hacen que las acciones vuelvan a estar a buenos
precios.8
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La única excepción a esta regla corresponde a los inversores que estén en una etapa avanzada de su
jubilación, que tal vez no vivan lo suficiente para ver el final de un prolongado período bajista del
mercado. De todas formas, ni siquiera un inversor de edad avanzada debería vender sus acciones
simplemente porque hayan bajado de cotización; ese método no sólo haría reales sus pérdidas sobre el
papel, sino que privaría a sus herederos de la posibilidad de heredar esas acciones a un coste inferior, con
las ventajas fiscales que eso entraña a la hora de liquidar los impuestos de sucesiones
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