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En 1905, se probó con carbón metalizado capaz de resistir altas temperaturas y proporcionar una luminosidad aceptable: cuatro lumen por vatio. Pero el rendimiento era pobre y la duración de la bombilla muy escasa.

La solución definitiva se encontró en los filamentos metálicos: primero el osmio y luego el tantalio. En 1909 la bombilla quedó casi configurada con el filamento de wolframio.

Las primeras bombillas eran de fabricación artesanal, por lo que se trataba de un producto caro. Hoy se fabrican en serie mediante máquinas automatizadas que producen miles de bombillas por hora.

Como curiosidad, existe una bombilla que lleva encendida más de 115 años. Está funcionando sin interrupción desde el año desde 1901 y se encuentra en un cuartel de bomberos de California, en Estados Unidos.

Origen de la bombilla

No se puede entender el origen de la bombilla sin antes conocer un poco el de la electricidad. La palabra electricidad es griega: del término elektron = ámbar. De hecho, el filósofo Tales de Mileto describió (624 a.C – 546 a.C) en el 600 a.C. el poder electrostático de un trozo de resina fósil que se trajo de las orillas del Báltico, el ámbar.

También las civilizaciones hindúes antiguas experimentaron que calentando cierto tipo de cristal se podía atraer hacia ellos las cenizas calientes.

La electricidad es una forma de energía tan asombrosa y rica que un gramo de materia al que se le sacara el potencial energético que encierra, podría mantener encendida una casa con diez bombillas de cien vatios cada una durante tres mil años.

La primera máquina que produjo una chispa eléctrica la creó en el siglo XVII, Otto von Guericke (1602 – 1686): era un globo giratorio de azufre sobre el que una persona apoyaba su mano para producir un frotamiento.