Modernidad y diferencia
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definen la modernidad más allá de momentos y lugares concretos
en que ésta es articulada a través de aquéllas. Lo que hay es
una multiplicidad contextualmente existente, no una identidad
trascendente o un esencialismo de estas tecnologías de gobierno
como indicadores de modernidad.
Finalmente, la modernidad refiere a menudo a la constitución
de ciertos sujetos y subjetividades explícitamente articuladas
como sus componentes o condiciones. No sobra insistir en que
estos sujetos o subjetividades no deben ser entendidos como
transcendentales (aunque frecuentemente se representen como
tales), ni su articulación en nombre de la modernidad o como
modernas significa que estén definiendo en sí a la modernidad;
mucho menos, que donde quiera que las encontremos, entonces
tenemos modernidad. Hacen parte, más bien, de las experiencias
históricas singulares hechas posiciones de sujeto y subjetividades.
Por lo argumentado, no existe una identidad esencial de la modernidad
que puede ser rastreada antes de que surjan las problematizaciones,
las tecnologías de intervención, las disputas y las subjetividades
(en plural) que la constituyen. Por eso, antes que operar en el
discurso filosófico que define la modernidad en abstracto, desde una
perspectiva metafísica, es más acertado prestar atención y examinar
etnográfica e históricamente cómo en determinados momentos y
en diferentes escalas se articulan, con mayor o menor éxito, ciertos
proyectos civilizatorios en nombre de la modernidad.
Este procedimiento eventualizante de la modernidad ha sido
formulado explícitamente en la introducción que Jonathan
Xavier Inda hace a la compilación Anthropologies of Modernity.
Foucault, Governmentality, and Life Politics. Inda afirma que un
análisis antropológico de la modernidad significa pensar “[…] la
modernidad no en términos abstractos sino de manera tangible
como un objeto etnográfico. En otras palabras, en vez de buscar