LA MUJER EN LA GRECIA HOMÉRICA
haya sido una de las determinantes para las contradicciones de las que hablamos
anteriormente. En un segundo subtítulo nos remontamos a los pasados más remotos de la
historia, hallando en ellos muchos más datos que nos brindaron un panorama de lo que pudo
haber sido la evolución de la concepción de la mujer desde estos tiempos a los más recientes.
Podemos afirmar, al concluir esta última sección, que se ha comprobado la existencia de
numerosos factores que dan a suponer una influencia de variados pueblos, cuyos aportes se
conservaron en mayor o menor medida a través de la tradición, hasta llegar a las civilizaciones
homéricas. La primera Diosa Madre, según esta evolución o desarrollo, se habría transfigurado
y distribuido en diversas deidades que portan, cada una a su modo, ciertos atributos que
originariamente habría tenido una sola bajo diferentes formas.
El género masculino fue ganando terreno en estas variadas acepciones, pero, como se
viene afirmando a lo largo de este trabajo, la divinidad mujeril no se olvidó. En Grecia, es Rea
quien, por partenogénesis, concibe a las Montañas, el Mar y el Cielo, con quien después se
casó y engendró a los Titanes. Se puede identificar rápidamente a esta deidad griega con la
Diosa Madre antigua. Con el correr del tiempo, Rea fue quedando algo difuminada y ya en
Homero su importancia no se refleja por escrito. Sus características y áreas de influencia se
distribuyen entre las variadas nuevas diosas a que el gran árbol genealógico del politeísmo
griego dio lugar.
Teniendo en cuenta el rol de la mujer en la sociedad griega y el sistema de valores que
dominó durante largos siglos, escasamente modificado en relación a la feminidad, se puede ir
viendo cómo, aun con su gran poder, la mujer del Olimpo sigue estando de alguna manera
subordinada al hombre. Muchas de las actividades que representan reflejan la aptitud de los
Olímpicos de constituirse a partir de la imagen de la vida del hombre, pues éstas tienen que
ver con actividades que son importantes para él, entre las que se ven muchas veces la guerra y
la caza –si bien ésta se ve por Ártemis destinada a la mujer; pero esto puede darse más que
nada por la necesidad de diferenciarla de Apolo, el arquero de la guerra. Lo que queda de
importancia otorgada al género mujeril no pasa más que por el hecho de que la religión griega
carga con una larguísima tradición que se remonta a tiempos tan arcaicos como el paleolítico,
habiendo atravesado en su trayectoria el existir de incontables sociedades que rindieron culto
alguna vez a una Diosa o Gran Madre. A este respecto afirma Souvirón:
La religión es un terreno absolutamente conservador en el que el sincretismo de unos elementos con otros forma
parte principal de su esencia. Por eso, aunque la pitia acabara siendo una especie de muñeca en manos de los sacerdotes,
aunque la leyenda del pneûma inspirador se fuera diluyendo, aunque la presencia del elemento femenino fuera cayendo en
el saco del olvido, la historia de Delfos, como casi todas las historias del Mediterráneo, es una historia fundacionalmente
femenina 77 .
Las huellas que quedan nos han atraído hacia estos exóticos lugares, tan lejanos como
la morada de Ártemis, que continúa todavía en tiempos más cercanos a nuestra era
endulzando, con su hermosa naturalidad, tierras ocupadas por hombres más preocupados,
algunas veces, por la guerra y la dominación. Pero continúa, creemos, la esperanza de que
estas pisadas logradas por la sabiduría de las religiones telúricas hayan quedado, y queden hoy
en día, en algún recóndito lugar del alma humana. Pareciera, cabe agregar, que las diosas que
77
Souvirón, B., El rayo y la espada, vol. I, págs. 405-406. Cit. por Bénchez Castaño, Estéban, Diosas de la
mitología griega, Thamyris, n. s. 3, Valencia, 2012.