Intertexto3.0 -Aniversario | Page 24

MIL SUEÑOS

Ayelén Cantero Panizza

Desde pequeños nos acostumbraron al cuento antes de dormir. Crecimos oyendo relatos en la escuela y en casa, contados por los abuelos o los hermanos mayores… ¿Pero alguna vez nos preguntamos qué es un cuento? ¿Acaso simples palabras entrelazadas con algún sentido? ¿O quizá sin él? ¿O será que quien lo cuenta le da sentido? ¿O a lo mejor quien lo escucha?

Yo diría que de todo un poco.

Recuerdo cuando era niña y, antes de dormir, le pedía a mi abuela que me leyera un cuento de mi libro de dibujos animados: un librote grande y gordo, con tapa dura cuadriculada, que traía más de cien cuentos de mis personajes favoritos, de aquellos que veía por la televisión. Recuerdo también que aquél libro, que me había traído mi papá una tarde al volver del trabajo, era mi más preciado tesoro: con el correr de las noches yo ya sabía de pura memoria todos aquellos relatos; conocía cada detalle, tanto que aún sin saber leer podía reconocer cuando mi abuela se equivocaba en alguna palabra o frase de la historia. Pues ella también se los había aprendido de memoria y ya ni siquiera le hacía falta verlos.

“¡Abuela, no dice eso!”, le decía alzando aquella pequeña vocecita, mientras que ella se echaba a reír.

Recuerdo que un día hasta intentó esconder mi libro, con la intención de que yo quisiese escuchar otros relatos y no siempre los mismos. (Cosa que como te imaginarás, no duraba demasiado: sea cual fuese el lugar del escondite, yo lo descifraba. Ya había oído muchas veces las aventuras de Scooby Doo y sus amigos detectives. Ya estaba canchera en adivinar acertijos y buscar pistas.)

Podría decir que aquellas noches fueron las más hermosas de mi vida: noches en las que no me importaba otra cosa que no fuese la colorida Celebración del cumpleaños Picapiedra, o la Locura radiográfica de Pedro. Solo pensaba en las naves de Los Supersónicos, mientras soñaba con tener una mascota como Astro, que jugara conmigo todo el tiempo, como lo hacía con Cometín.

Yo sí que volaba. Volaba alto y despierta, hasta que llegaba la hora de cerrar los ojos; hora en que de seguro continuaba imaginando viajes y aventuras con mis personajes tan amados.

Hoy, contándote esto, vuelvo a vivirlo. Vuelvo a sentir la emoción, la sensación de asombro. Escucho retumbar mi propia risa en la cabeza, la risa de mi abuela, el perfume de las hojas; y hasta podría jurar que vuelvo a tocar esa tapa verde y acolchonada que tanto me gustaba.

Un relato, ¿Puede transportar? ¿Es capaz de llevarnos hacia mundos impensados? ¿Puede un cuento hacernos pasar nuevamente por el corazón? Yo no tengo dudas. Y sé que vos tampoco, o que si al menos las tenías, ya no las tendrás. Porque sé que también recordaste tus cuentos mientras yo te contaba acerca de los míos. Estoy segura de que también pensaste en ese alguien que te narraba los más hermosos relatos. Y si aún no lo hiciste, este es el momento: el momento de volver a aquellos lugares que más amábamos, de volver a sentir como niños, de sentir placer al oír un cuento, de poner la palma de la mano para sostener la cabeza y dejarse llevar.

Es una mentira que los relatos solo son para los niños. ¿Sabés por qué? Porque el niño que llevamos dentro, nunca se va, sino todo lo contrario. Habita allí, quizá escondido, esperando para pegar el salto ¿Y qué mejor que un cuento para liberarlo? Para volver a soñar, para volver a sentir.

A vos, te dejo la inquietud. Te dejo la sorpresa de encontrar al amor soñado, en el lugar menos pensado. Te dejo la alegría de compartir con amigos, con esos que son incondicionales. Te dejo también el esfuerzo por superarse, el saber que si se quiere se puede. Es tuya la firmeza de las princesas valientes, y de aquellas que no lo son tanto pero que, finalmente, terminan entendiendo que las únicas capaces de salvarse a sí mismas, son ellas.

Te regalo todo eso, para que el día de mañana vos también puedas regalárselo a otro. Contárselo a otro, por la simple razón de que para vivir, solo se necesitan mil sueños. Mil sueños y un zapato encantado…