En el gran cerco los alemanes hicieron 330.000 prisioneros y capturaron todo el equipo bélico de más de novecientos mil soldados, pues los que huyeron por Dunkerque no pudieron llevarse nada.
La ofensiva alemana que había liquidado a seis ejércitos aliados se basó en muchos momentos críticos en la fe que unos cuantos tuvieron en la victoria, fe que contagiaba o otros y los empujaba hacia adelante, abriendo así brechas para que otros más pasaran por ellas.
Un ejemplo de las acciones de ese género, en que contaba más la fe y el arrojo que las circunstancias tácticas y el armamento, fue la. captura del fuerte Eben Emael, el mayor de Europa occidental. Tenía 1,200 defensores, con una red de galerías subterráneas de 4,500 metros, rodeadas por un foso con muros de 7 metros de altura v obstáculos antitanque. Para capturar esta fortaleza el mando alemán entrenó en el mayor secreto a 85 paracaidistas, bojo pena de muerte para quien revelara cualquier dato. Sus probabilidades de victoria se basaban en la sorpresa. Ni el ejército fue informado de este plan.
En la madrugada 10 de mayo los 85 paracaidistas( Grupo Grant) fueron lanzados en planeadores hacia los tuertes de Eben Emael. En el camino dos aviones remolcadores estuvieron a punto de chocar y se desprendió un planeador, precisamente el que llevaba al teniente Witzig, comandante del grupo. Los demás siguieron adelante. La operación empezaba a pintar mal y poco después las cosas empeoraron porque el fuerte de Eben Emael estaba prevenido y ya los buscaba en el horizonte con las miras de sus ametralladoras. El comandante belga Jottrand había recibido aviso desde las 3.30 de la madrugada de que se aproximaba un ataque por aire. Cuando apareció el primer planeador, del piloto Lange, una batería de ametralladoras le hizo fuego. No se había logrado tal sorpresa.
En ese instante Lange decidió enfilar directo hacia el peligro y picó su aparato en dirección de las ametralladoras antiaéreas, cosa que desconcertó a los ametralladoristas, y en unos segundos estrelló el ala del planeador contra la batería. El fuselaje se detuvo poco más adelante y saltó el pelotón del sargento Haug, que con ráfagas de pistolas ametralladoras y con granadas de mano atacó la fortificación más próxima.
La determinación del piloto Lange, que no viró al ver que carecía del factor sorpresa, fue decisiva para que otro planeador volando sumamente bajo, descendiera ante un fortín de ametralladoras y piezas antitanque. Saltaron los soldados del sargento Wensel y arrastrándose por el suelo llegaron hasta la abertura del periscopio de una batería por la cual arrojaron una carga de dinamita.
En los dos primeros minutos del ataque fueron inutilizados diez fortines. Los zapadores recibieron en paracaídas más cargas de explosivos y poco más tarde se les unió su comandante, el teniente Witzig. La lucha continuó durante todo el día y toda la noche. A las 13.15 del día siguiente la guarnición capituló, cuando
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