INFILTRACIÓN MUNDIAL - SALVADOR BORREGO E. Infiltración Mundial (Salvador Borrego E.) | Page 7
todavía presente en las consecuencias terribles que desencadenó en los cinco
Continentes, y que no ha concluido aún.
Derrota Mundial analizó los orígenes de aquella contienda en que participaron
directamente más de mil millones de seres humanos; describió el desarrollo de la
lucha en diversos frentes y sintetizó las consecuencias inmediatas. En 23 años
transcurridos desde la aparición de la primera edición de Derrota Mundial los
acontecimientos han venido confirmando todas las revelaciones y las tesis
expuestas en ese libro. Desgraciadamente ha sido así.
Ahora bien, muchos aspectos fundamentales de aquel drama de la Segunda
Guerra no pudieron ser abarcados, tanto debido a una imposibilidad de tiempo y
espacio cuanto a la falta momentánea de numerosos datos y pruebas que han
venido acumulándose en los últimos años. Ahora este nuevo libro equivale a un
suplemento de Derrota Mundial, aunque es completo en sí mismo.
Es generalmente que el alemán se caracteriza por su firme sentido cívico, por su
nacionalismo, por su fervor de soldado. Así lo demostró en la guerra de 1870 y en
la primera guerra mundial. Pero durante la segunda guerra tuvo un increíble
número de traidores en las más altas esferas del mando.
Igualmente es admitido que el francés tiene un gran amor a Francia y que su
patriotismo lo hace luchar decididamente. De esto dejó testimonio claro en la
primera gran guerra, en la legión extranjera y en la segunda guerra mundial. Pero
apenas consumada su victoria en 1945, comenzaron a aflorar traidores que
apuñalaban a sus tropas por la espalda, lo mismo en Indochina que en Argelia.
Mucho se ha hablado de la heterogeneidad de la población norteamericana,
formada de inmigrantes de todos los países europeos y de América, pero es un
hecho que en las dos guerras mundiales esa heterogénea población se mantuvo
unida y que en sus altas esferas no hubo quienes traicionaran a sus tropas. Pero
una vez logrado el triunfo en 1945, los traidores fueron haciéndose evidentes en
los más elevados puestos y con los más diversos pretextos.
Lo mismo puede decirse respecto Inglaterra, Polonia, Holanda, Bélgica, etc., que
no tuvieron ningún traidor notorio en la época de la Segunda Guerra, pero que
inmediatamente después se vieron infestadas por funcionarios, periodistas,
técnicos e intelectuales que abiertamente trabajaban en favor del nuevo enemigo y
en contra de los intereses de sus propios pueblos.
Este fenómeno tan extendido en el siglo veinte como jamás se había visto en la
historia, no es propiamente un caso multiplicado de espionaje. Es algo mucho más
profundo y más grave. Es el asalto, con nuevas armas, contra la Civilización
Cristiana occidental. No es del todo una arma nueva, pero sí una arma con nuevas
técnicas, con nueva organización institucionalizada, diabólicamente eficaz.
Jamás se había visto un asalto igual.
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