" bestias monstruosas fascistas ", y por otra parte a los alemanes del frente se les prometía magnífico trato.
El 8 de enero el mando comunista hizo otro llamado a Von Paulus para que se rindiera, prometiendo comida, atención médica, ropa de invierno, etc. Al mando rojo le urgía que sus ocho ejércitos quedaran ya libres para continuar adelante.
Von Paulus trasmitió dicho llamado a Hitler, pidiéndole“ libertad de acción”, pues se inclinaba a rendirse, pero Hitler le contestó que los bolcheviques no cumplirían sus promesas, que la resistencia del 6 º ejército era“ esencial para el establecimiento de un frente y la salvación del mundo occidental”. Terminantemente le prohibía capitular.
Al día siguiente( 9 de enero) ocho ejércitos soviéticos lanzaron una ofensiva general con cinco mil cañones. El escritor procomunista William L. Shirer dice que fue una“ batalla sangrienta, sin merced. En el desierto glacial, caótico, sembrado con los escombros de lo que había sido Stalingrado, alemanes y soviéticos combatieron con una bravura y una tenacidad inimaginables.”
El 10 de enero la ración de los alemanes consistía en 75 gramos de pan, 200 gramos de carne de caballo con hueso, 12 gramos de grasa, 11 gramos de azúcar y un cigarro al día.
Tres días duró en todo su apogeo la embestida de los ocho ejércitos soviéticos: el 62 por el oriente; el 66 y 24 por el norte; 65 y 21 por el poniente; 57 y 64 por el sur, y 5 º, por el sudoeste.
Entre los copados, dice Wieder,“ hubo como un último chisporroteo de decisión salvaje y de terca resistencia, y una vez más se produjeron milagros de valor y de iniciativa desesperada, de abnegado coraje y de claro heroísmo.”
En tres días el 6 º ejército tuvo diez mil muertos y perdió diversas posiciones.
La ofensiva soviética amainó. Después del esfuerzo concéntrico hubo momentos de pausa en un sector y ataques poderosos en otros.
Soldados que tenían la certeza de su fin enviaban sus anillos o condecoraciones a sus familias, valiéndose de los heridos evacuados.
La temperatura era de 30 grados centígrados bajo cero. La mala alimentación acentuaba el frío. Todo el que podía se enredaba los pies en jirones de mantas.
Por todos lados había cementerios con cruces de madera. Luego ya no fue posible hacer sepulturas en el suelo endurecido. Se apilaban los cadáveres, se les ponía una cruz y se dejaba que la nieve los cubriera.
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