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Conceptos fundamentales del psicoanálisis. Coord: Lucas Boxaca y Luciano Lutereau
Deconstruir el amor romántico
É
Marina Esborraz y Luciano Lutereau*
l se queja de que ella es celosa. Ella dice que él es seduc-
tor fuera de la pareja. Cada vez que él regresa a la casa
tienen sexo. La interpretación es clara: los celos son una
condición erótica de la relación. Ella lo desea en la medida en
que él puede desear a otra mujer; es decir, para interesarse en
su deseo necesita sacárselo a otra mujer. Hasta que un día la
relación se afianza y él se vuelve un ser doméstico (o domesti-
cado), entonces ella empieza a salir más y es él quien se pone
celoso, siente que el deseo de ella lo humilla, mientras que ella
se queja de su posesividad, empieza a despreciarlo y, sin dar-
se cuenta, busca excusas para que la relación termine. Este es
el paradigma del amor romántico, es el amor neurótico en su
carácter más típico, que articula celos, seducción y vergüenza
como realización simple del deseo.
El llamado “amor romántico”, entonces, es el amor tal como
se desprende de la vivencia subjetiva de la histeria femenina:
1. Querer que el otro quiera; 2. Puesta a prueba de la espera;
3. Idea de entrega. Los tres componentes se resumen en la le-
tra de la canción que dice “Dame tiempo para darte todo lo que
tengo”, de Julieta Venegas. Desde hace un tiempo se critica el
amor romántico, pero en análisis muchas mujeres no dejan de
preguntar ante la decepción amorosa “¿Tendría que ser más his-
térica?”, como si todavía no encontraran otra forma de situar-
se en el erotismo. Es que todavía no pareciera haber una alter-
nativa menos sufriente para el amor romántico, para esa histe-
rización que el amor pareciera requerir como vía de entrada a
una escena de seducción; lo decimos porque esa pregunta que
se hacen esas mujeres “¿Tendría que...?” muestra que donde no
está la histeria empiezan a aparecer imperativos acerca de cómo
una debería ser, ese “tener que” que pone en evaluación a mu-
jeres y varones, que implica expectativas que parecen menores
pero son más absorbentes (por ejemplo, que ellas tengan que
no reclamar presencia para no sentirse pesadas). Quizá “decons-
truir” el amor romántico no sea ir más allá de esa experiencia,
sino hacerse la pregunta de por qué no se puede jugar con el
romanticismo, en el que a todos nos toca el papel de seducidos.
Después del matrimonio. Este movimiento en relación a la vida
amorosa, lleva a reformular la vida de pareja en su conjunto.
Por ejemplo, el matrimonio no es amigo del deseo. Sí del amor,
que puede existir tranquilamente sin el deseo. A veces (muchas)
un matrimonio puede prescindir también del amor –aunque la
forma amorosa por excelencia del matrimonio sea el odio, que
une más que la ternura. Para los varones, con el tiempo, el de-
seo pasa a existir no sólo fuera del matrimonio, sino gracias a
que se lo ocultan a sus esposas. Son como niños que esconden
y gozan de la transgresión. No sólo se trata de que ellos puedan
tener amantes. Alcanza con que ellas se quejen de que sus ma-
ridos no les cuentan nada. Hasta que un día a las esposas deja
de importarles y ahí ellos se derrumban, pasan del deseo al au-
toerotismo (más o menos sublimado: por eso muchos intelec-
tuales hicieron sus mejores obras después de los 50 o 60 años,
es decir, cuando sus mujeres ya no les daban bola –por ejemplo,
a Merleau-Ponty su esposa lo encontró muerto en el escritorio
al día siguiente; es decir: no lo esperaba en la cama). ¿Cuándo
ellas dejan de esperar que su marido vaya a la cama? Tarde o
temprano, en algún momento pasa.
Algunas mujeres no pueden prescindir del deseo de un varón
por mucho tiempo. La que hace del deseo una condición mascu-
lina es la histeria: si no tiene, ella se lo pone (por ejemplo, con
los celos). Los varones deberíamos aprender a interpretar los ce-
los de nuestras mujeres como un reclamo por nuestra impoten-
cia, en lugar de patologizarlos. Un varón deseante no suele pro-
ducir celos (al revés de lo que le pasa a un varón con una mu-
jer deseante). No obstante, el marido no es un varón cualquiera.
¿Cómo ser un marido que no se reduzca al impotente, que no re-
cupere el deseo a través del subterfugio que esconde o de los ce-
los de su esposa más o menos histérica? Es decir, ¿cómo pensar
un matrimonio que no se base en la histerización de la mujer?
De esto también hablamos en esta generación cuando hablamos
de deconstruir el amor romántico. No de abolir el matrimonio.
Crisis de la seducción. “Vos estás loca” es una típica respuesta
machista. Ahora bien, cuando un tipo le dice a una chica, des-
pués de algunas salidas, durante varias semanas, en las que la
pasaron bien, mientras chateaban todos los días, que “entre los
dos no hay nada”, que no tienen una relación, que no se con-
funda, ¿no le está diciendo lo mismo –que está loca– por más
deconstruido y/o feminista que pueda creerse? Porque esa res-
puesta –te aclaro que no busco nada serio– va contra los hechos
anteriormente mencionados, se los niega en la cara e incluso
desconoce cualquier participación suya en el enganche que se
generó. En fin, un varón queriendo deconstruir el amor román-
tico puede ser un machista con piel de cordero.
Por cierto, además de deconstruir el amor romántico, nos inte-
resa ubicar ciertas configuraciones posesivas del amor que nada
tienen que ver con el romanticismo porque son efecto de tec-
nologías recientes. Por ejemplo, sin la posibilidad de la comu-
nicación permanente no existiría el “nos vamos mensajeando”;
así es que alguien puede decir que irá a la plaza por la tarde
y otra persona agregar “tirame un mensajito cuando estés por
ahí y si pinta [léase: si tengo ganas] paso”, sin tener presente
si el otro quiere o sin siquiera preguntarle. El problema de este
tipo de interacciones es que les falta todo romanticismo, se tra-
ta más bien de una instrumentación del otro. Es el amor tecno-
lógico, que nos convierte en máquinas, lo que hay que decons-
truir. Para cuidar un poco más el encuentro y sus condiciones,
sobre todo el deseo, que es tensión y conflicto.
“Amor romántico” quiere decir, para el varón, el deseo po-
sesivo que se expresa en celos y, para la mujer, el síntoma de
“amar el amor” al punto de que puedan, ambos, establecer re-
laciones de dependencia emocional que se sostengan en cuota
importante de sufrimiento; ya Freud en el siglo XIX inventó un
método para curarse de eso, que funciona bastante bien, por-
que sobre todo no te propone una salida con la creencia de que
sos independiente y libre y que necesitás tal o cual cosa y que
el otro te tiene que dar, como si el amor fuera un intercambio
entre individuos, sino que te ayuda a vivir la dependencia sin
que tus fantasías te jodan. El psicoanálisis sirve para eso: para
aprender a depender de los demás sin arruinarlo todo, te ense-
ña a protegerte de vos mismo.
* Psicoanalistas. Autores de los libros Amar a una varón (Letra Viva) y
Celos, seducción y vergüenza. Proust, Kierkegaard, Sartre (La Cebra).
Imago Agenda | N° 207 | Otoño 2020 | 43