iedarevistadigital May, 2014 | Página 14

Después de todo un año descubriendo Latinoamérica y aprendiendo español mientras viajaba, tenía claro que no me iba a suponer ningún problema vivir y trabajar en España (y en español) Craso error. Bastaron los primeros cinco minutos en Sevilla, en los que el camarero del aeropuerto me respondió a mi petición de agua con un “¿conosingá?” (con o sin gas) para darme cuenta que mi supuesto dominio de la lengua era más supuesto que real. El castellano es una lengua de matices y recovecos, subterfugios y piruetas, que un extranjero nunca termina de aprender, por mucho tiempo que siga estudiando. Doy fe de ello, y mis 20 años viviendo en España, así lo atestiguan.

A veces mis alumnos se quejan de los verbos irregulares en inglés. Yo comparo el verbo más irregular, BE, con sus 8 formas diferentes (pero los verbos regulares solamente tienen 3 formas (walk, walks, walked) con las más de 50 formas diferentes del verbo en castellano, y la verdad es que no me convence. Pero eso es una mera bagatela al lado de los auténticos problemas de la lengua de Cervantes. El principal (y seguiría siendo el principal en cualquier parte de España) es el acento. En mi caso, que vivo en Sevilla, tengo que enfrentarme diariamente a letras comidas, no pronunciadas, exiliadas del lenguaje. Como, por ejemplo, “¡No jasse caló ni ná, quillo!”. Y no es tan simple como parece, porque lo que se pronuncia aquí de una manera se pronuncia de otra en el pueblo de al lado, que seseo, que ceceo, (por no hablar de la diferencia casi irreconciliable para mí Norte-Sur). Si a mi mujer no le entienden sus tías de Pamplona, ¿qué posibilidades tengo yo? Y luego mientras no suelo tener problemas a la hora de deletrear, incluso usando las tildes, otra cosa es saber donde poner el golpe de voz. No tengo problemas con saber poner la tilde en Satanás pero durante mucho tiempo la rimaba con sábanas.

Mi segunda batalla con el castellano son los miles y miles de frases hechas, refranes y dichos populares que se empeñan en que yo siga “perdiéndome” ysin enterarme de qué se está hablando. Y da igual cuántos haya aprendido, cada día descubro que sigo siendo un ignorante en esta materia.

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