Identidades Número 1, Febrero 2014 | Page 43

Las desventajas de la raza negra jamás han sido un tema serio de análisis para la revolución cubana. El señalamiento insidioso de los autores precitados conecta el consumo de la marihuana por el individuo rasta como símbolo antisocial y guarda silencio respecto al ritual con que se lleva a cabo tal acto. Esta es una de las formas esgrimidas por los autores para incitar a la desaprobación del sujeto rasta. No hay un análisis que desacredite a otros grupos sociales como tribus y jamás se ha puesto de manifiesto el consumo de drogas y estupefacientes por esas tribus, mayoritariamente de personas blancas y en muchísimos casos, hijos y parientes de los identificados directamente con el proceso revolucionario. La música reggae es caribeña y de ello no cabe la menor duda. Este y otros ritmos autóctonos del Caribe no tienen espacio alguno en las emisoras radiales y la televisión de nuestro país. No ocupan ni seis horas anuales. La autora García Ramos se refiere al fenómeno cultural del reggae como un modo de promoción para la inserción de muchos más individuos aptos para disentir por medio de la música y otras manifestaciones culturales, que lo lleven a identificarse como rastafari. De modo manifiesto acusa como disidente a dicho movimiento y lo justifica con las letras de algunas canciones que denuncian las actitudes negativas de las acciones policiales contra personas generalmente de la raza negra. Se ignora a todas luces el derecho a la denuncia, que desde Cuba solo se puede ejercer con manifestaciones artísticas, como fue en su momento la llamada canción protesta, que también tuvo sus inquisidores. La identificación del dreadlockman ―esas personas que reproducen la imagen rasta, pero que no tributan a sus costumbres y fundamentos espirituales y éticos― con el verdadero rastafari alimenta las confusiones y manipulaciones que impiden llegar a la esencia de esta manera de ver la vida y las relaciones humanas. Estas personas, por lo general, vienen del oriente del país, cargados del temor a sus circunstancias económicas y con el afán de mejora como base. Sobre ellos pende la amenaza de la deportación dentro de su propio país por vivir como “ilegales” en la capital y se convierten en manipulables promotores de esta confusión de que se han valido los autores, dando por sentado el conocimiento de la realidad rastafari en Cuba y alejando la verdadera visión del otro con el debido respeto que se merece. La revolución no admite demanda justa ni desagravia a sus víctimas. 41