Las desventajas de la raza negra jamás han sido
un tema serio de análisis para la revolución cubana. El señalamiento insidioso de los autores
precitados conecta el consumo de la marihuana
por el individuo rasta como símbolo antisocial y
guarda silencio respecto al ritual con que se lleva
a cabo tal acto. Esta es una de las formas esgrimidas por los autores para incitar a la desaprobación
del sujeto rasta. No hay un análisis que desacredite a otros grupos sociales como tribus y jamás
se ha puesto de manifiesto el consumo de drogas
y estupefacientes por esas tribus, mayoritariamente de personas blancas y en muchísimos casos, hijos y parientes de los identificados directamente con el proceso revolucionario.
La música reggae es caribeña y de ello no cabe la
menor duda. Este y otros ritmos autóctonos del
Caribe no tienen espacio alguno en las emisoras
radiales y la televisión de nuestro país. No ocupan
ni seis horas anuales. La autora García Ramos se
refiere al fenómeno cultural del reggae como un
modo de promoción para la inserción de muchos
más individuos aptos para disentir por medio de
la música y otras manifestaciones culturales, que
lo lleven a identificarse como rastafari. De modo
manifiesto acusa como disidente a dicho movimiento y lo justifica con las letras de algunas canciones que denuncian las actitudes negativas de
las acciones policiales contra personas generalmente de la raza negra. Se ignora a todas luces el
derecho a la denuncia, que desde Cuba solo se
puede ejercer con manifestaciones artísticas,
como fue en su momento la llamada canción protesta, que también tuvo sus inquisidores.
La identificación del dreadlockman ―esas personas que reproducen la imagen rasta, pero que no
tributan a sus costumbres y fundamentos espirituales y éticos― con el verdadero rastafari alimenta las confusiones y manipulaciones que impiden llegar a la esencia de esta manera de ver la
vida y las relaciones humanas. Estas personas,
por lo general, vienen del oriente del país, cargados del temor a sus circunstancias económicas y
con el afán de mejora como base. Sobre ellos
pende la amenaza de la deportación dentro de su
propio país por vivir como “ilegales” en la capital
y se convierten en manipulables promotores de
esta confusión de que se han valido los autores,
dando por sentado el conocimiento de la realidad
rastafari en Cuba y alejando la verdadera visión
del otro con el debido respeto que se merece. La
revolución no admite demanda justa ni desagravia
a sus víctimas.
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