El regionalismo
como estrategia política
clase y género en Cuba y el mundo
José Hugo Fernández
Escritor y periodista
La Habana, Cuba
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L
a pregunta se escucha con persistente regularidad en las calles y en las casas habaneras:
¿De dónde han salido tantos orientales como para
copar La Habana sin que por ello se reporte una
merma notable en la masa poblacional del oriente
de la Isla?
Sería difícil responder con una afirmación rotunda. En nuestro país no existen (o no están al
alcance del público) estadísticas confiables sobre
los movimientos migratorios internos. Tampoco
creo que sea esta la primera ni la más importante
de las preguntas que debiéramos formularnos en
torno al tema. En definitiva, es natural que la pobreza y la falta de oportunidades precipiten a los
provincianos hacia la capital, que también ha estado agobiada por los efectos de la crisis económica, pero sin que llegue a alcanzar los cotos de
desesperación que campean en el interior. No menos natural resulta que en esos sitios la población
se reproduzca como hierba silvestre, dadas las circunstancias de precariedad general en que vive.
Tal vez más útil sea que nos preguntemos el motivo por el cual el éxodo de provincianos hacia la
capital ha pasado de ser un fenómeno corriente y
razonable, como lo era antes de 1959 y como lo
es hoy en muchos otros países del mundo, para
convertirse en una verdadera tragedia nacional,
que no sólo afecta en grado sumo la estabilidad
habitacional y las fuentes de ingreso de los capi-
talinos, sino que coloca en niveles de mísera subsistencia a los emigrados del interior (orientales,
negros y mestizos particularmente), al tiempo que
los somete a un doble estigma: parias sin garantías para la existencia ni respaldo legal y discriminados por los propios conciudadanos, que no
ven en ellos sino una amenaza que apunta hacia
la agudización de sus problemas materiales, ya de
por sí en estado crítico.
Desde hace decenios, La Habana se ha venido ensanchando de forma desproporcionada y, además,
con tintes dramáticos, pues en la misma medida
que crece no dejan de aumentar sus limitaciones
de infraestructura y sus problemas económicos y
sociales. A la pobre gente del interior, y de manera muy marcada a los orientales, les ha tocado
el rol más funesto, puesto que se ven obligados a
emigrar, dejando atrás su suelo natal, para abrirse
camino desde el fondo de la pobreza y el desamparo en una ciudad de por sí pobre y sin expectativas, así como a enfrentar la hostilidad
regionalista y el egoísmo, quizás lógico, aunque
no sea justo, de quienes ven en ellos la causa del
agravamiento de sus propias desgracias.
No haría falta consultar los mapas urbanísticos
para saber que las oleadas de emigrantes terminan
asentándose, mayoritariamente, en la periferia habanera, donde hoy por hoy hay cientos de pueblos, comunidades y villas miseria creados por
ellos incluso en abierta actitud de desafío a las autoridades.