Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 28

Las regulaciones migratorias dictadas en los últimos tiempos para devolver a los provincianos a sus regiones de origen (a la fuerza, de una forma inhumana), lejos de contradecir el anterior disparate del gobierno revolucionario y de mostrar algún interés por enmendarlo, corroboran la indolencia y el carácter descabellado de las decisiones, a la vez que devela el fracaso del proyecto, dando fe del callejón sin salida en que les ha metido una vez más su modo peregrino de disponer las cosas y de manipular a las personas. Aquellos a los que antes quisieron convertir en punta de lanza, son hoy una denuncia viva y un peligro para la estabilidad de su poder. No caben dudas de que en este, como en tantísimos otros planes, el tiro les salió por la culata. Paradójicamente, los emigrantes asentados en la periferia habanera se manifiestan casi por unanimidad contrarios o indiferentes a la política del gobierno. Al igual que el resto de los cubanos más pobres, demuestran estar hartos de los discursos que desde hace medio siglo hablan de un futuro que se teje a la luz del día para luego ser destejido entre sombras, como el manto de Penélope. Y en tanto al gobierno parece no haberle quedado otro remedio que buscar simpatizantes dentro de una nueva clase media (bastarda), formada por el sedimento del dinero que generan los empresarios militares, la inversión extranjera y el turismo, o entre cierta intelectualidad pancista e hipócrita, que gusta de posar como salvadora del socialismo. Esta es ya la única clase a la que le conviene el estatus de dictadura retrógrada en que derivó la revolución, cuyos líderes solían pregonar que era de los pobres y para los pobres. Lástima que tales asuntos no estén ocupando c