Joseph Pulitzer, mantienen una tenaz lucha por
mayor circulación de sus respectivos periódicos.
A ambos se les atribuye la creación de un nuevo
estilo de periodismo difamatorio, que habría de
ser conocido como prensa amarilla. La guerra hispano-estadounidense se considera un punto de inflexión tanto en la historia de la propaganda,
como en el uso de dicho periodismo. Hearst y Pulitzer enviaron corresponsales a Cuba para cubrir
el conflicto, quienes al no ser capaces de obtener
informes fiables acabaron por inventarse la mayor
parte de las historias y publicaron artículos sensacionalistas sobre la base de informantes de dudosa procedencia.
Un inusual Elpidio Valdés irrumpe en 1995 en coproducción con España, durante el gobierno socialista de Felipe González y el apogeo de las
inversiones españolas en Cuba. El tema central
alude sin éxito a una descontextualizada frase
atribuida a Maceo: preferir unirse a los españoles
en caso de intervención norteamericana. Cuatro
años después, ya en el gobierno del derechista Aznar y gracias a Hugo Chávez, Castro puede darse
el lujo de poner fin a la luna de miel con España
y abrir otro nuevo inciso en el capítulo cubano de
La leyenda… con el reclamo para Cuba el estatus
de primera víctima de lo que luego sería el fascismo, equiparando la reconcentración de Valeriano Weyler a los futuros campos de exterminio
nazi.
Si bien los primeros Elpidio Valdés logran identificar a mi generación, nacida en la década del
70, con el personaje y su cerril expresión del patriotismo, el resto de los intentos de fomentar la
leyenda a través de dibujos animados, fracasa.
Los hacendados españoles de la serie animada El
negrito cimarrón ni remotamente alcanzan la
frescura matizada de los soldados peninsulares de
Elpidio. Las ocurrencias de los panchos brillan
por su ausencia entre los aristócratas y el prelado.
Demasiado cliché para la inteligencia del público
al que se destina. A diferencia del simpático, aunque negativo, General Resoplez, Don Cacafuco
resulta un engendro difuso y nada creíble del peor
guión estalinista. Un esperpento condenado al
fracaso, con el cual la demagogia castrista pretende demonizar la cultura europea y granjearse
de paso la simpatía de la africana.
A partir de los años noventa, con el regreso de la
política nacional a un laicismo controlado, la manipulación de las religiones de origen africano es
una táctica clave para mantener en el brasero el
capítulo cubano de la leyenda negra española. En
el boom de la salsa que señorea la música de los
noventa, abundan las referencias a las deidades
del panteón africano. Lo mismo que en los policíacos de factura nacional, con personajes que encarnan a sacerdotes yorubas y practicantes de la
llamada santería, por ejemplo: Toña la Negra, el
santero del popular Su propia guerra. Casi todos
tienen el perfil de “revolucionarios incomprendidos” en sus tradiciones.
El sacerdote, el feligrés católico, sigue brillando
por su ausencia durante esa década y las siguientes. En medio siglo de castrismo, acaso uno solo
personaje ha encarnado en televisión: el Padre
Miguel, de la telenovela Sol de Batey (1986). No
es de extrañar que, a fines de los noventa o inicios
de los 2000, una publicación católica se quejó de
la velada intención del gobierno de “vender”
como religión nacional a las de origen africano.
No es de extrañar la observación, si nos fijamos
en los dramatizados que nos llegan de Brasil, con
el cual guardamos no pocas similitudes y en los
cuales no hay objeción alguna en poner en la balanza ambas tradiciones nacionales: católica y
africana.
El motivo es elemental al adoctrinamiento estalinista. Las religiones de origen africano carecen de
sentido civilista que se proyecte más allá del yo y
el tú, más allá de la lógica consultor-consultado.
Consultado que “pide” salud, dinero o prosperidad para él y su familia, y consultor que “ilumina”
lo que debe hacerse y ofrendarse para obtenerlo.
De las religiones, esta es la que menos hace peligrar el adoctrinamiento, mientras que la religión
traída por los conquistadores, por el contrario,
hunde sus raíces en encíclicas que condenan explícitamente al comunismo y que lo enfrentan y
lo cuestionan fuertemente en el terreno social.
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