Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 117

Joseph Pulitzer, mantienen una tenaz lucha por mayor circulación de sus respectivos periódicos. A ambos se les atribuye la creación de un nuevo estilo de periodismo difamatorio, que habría de ser conocido como prensa amarilla. La guerra hispano-estadounidense se considera un punto de inflexión tanto en la historia de la propaganda, como en el uso de dicho periodismo. Hearst y Pulitzer enviaron corresponsales a Cuba para cubrir el conflicto, quienes al no ser capaces de obtener informes fiables acabaron por inventarse la mayor parte de las historias y publicaron artículos sensacionalistas sobre la base de informantes de dudosa procedencia. Un inusual Elpidio Valdés irrumpe en 1995 en coproducción con España, durante el gobierno socialista de Felipe González y el apogeo de las inversiones españolas en Cuba. El tema central alude sin éxito a una descontextualizada frase atribuida a Maceo: preferir unirse a los españoles en caso de intervención norteamericana. Cuatro años después, ya en el gobierno del derechista Aznar y gracias a Hugo Chávez, Castro puede darse el lujo de poner fin a la luna de miel con España y abrir otro nuevo inciso en el capítulo cubano de La leyenda… con el reclamo para Cuba el estatus de primera víctima de lo que luego sería el fascismo, equiparando la reconcentración de Valeriano Weyler a los futuros campos de exterminio nazi. Si bien los primeros Elpidio Valdés logran identificar a mi generación, nacida en la década del 70, con el personaje y su cerril expresión del patriotismo, el resto de los intentos de fomentar la leyenda a través de dibujos animados, fracasa. Los hacendados españoles de la serie animada El negrito cimarrón ni remotamente alcanzan la frescura matizada de los soldados peninsulares de Elpidio. Las ocurrencias de los panchos brillan por su ausencia entre los aristócratas y el prelado. Demasiado cliché para la inteligencia del público al que se destina. A diferencia del simpático, aunque negativo, General Resoplez, Don Cacafuco resulta un engendro difuso y nada creíble del peor guión estalinista. Un esperpento condenado al fracaso, con el cual la demagogia castrista pretende demonizar la cultura europea y granjearse de paso la simpatía de la africana. A partir de los años noventa, con el regreso de la política nacional a un laicismo controlado, la manipulación de las religiones de origen africano es una táctica clave para mantener en el brasero el capítulo cubano de la leyenda negra española. En el boom de la salsa que señorea la música de los noventa, abundan las referencias a las deidades del panteón africano. Lo mismo que en los policíacos de factura nacional, con personajes que encarnan a sacerdotes yorubas y practicantes de la llamada santería, por ejemplo: Toña la Negra, el santero del popular Su propia guerra. Casi todos tienen el perfil de “revolucionarios incomprendidos” en sus tradiciones. El sacerdote, el feligrés católico, sigue brillando por su ausencia durante esa década y las siguientes. En medio siglo de castrismo, acaso uno solo personaje ha encarnado en televisión: el Padre Miguel, de la telenovela Sol de Batey (1986). No es de extrañar que, a fines de los noventa o inicios de los 2000, una publicación católica se quejó de la velada intención del gobierno de “vender” como religión nacional a las de origen africano. No es de extrañar la observación, si nos fijamos en los dramatizados que nos llegan de Brasil, con el cual guardamos no pocas similitudes y en los cuales no hay objeción alguna en poner en la balanza ambas tradiciones nacionales: católica y africana. El motivo es elemental al adoctrinamiento estalinista. Las religiones de origen africano carecen de sentido civilista que se proyecte más allá del yo y el tú, más allá de la lógica consultor-consultado. Consultado que “pide” salud, dinero o prosperidad para él y su familia, y consultor que “ilumina” lo que debe hacerse y ofrendarse para obtenerlo. De las religiones, esta es la que menos hace peligrar el adoctrinamiento, mientras que la religión traída por los conquistadores, por el contrario, hunde sus raíces en encíclicas que condenan explícitamente al comunismo y que lo enfrentan y lo cuestionan fuertemente en el terreno social. 117