Capítulo cubano
de la leyenda negra española
El valor de la memoria
Roberto G. Castell
Escritor, novelista y periodista
Batabanó, Mayabeque, Cuba
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E
n la jerga criolla se alude al envenenamiento. Suele decirse que los cubanos estamos envenenados tras cincuenta años de
propaganda. A mí, por ejemplo, me costó trabajo
hacer justicia a las guerrillas que operaron en el
Escambray en la década del sesenta. Mi primera
reacción fue calificar de reaccionario, y valga la
redundancia, aquel ejemplar de la revista Encuentro que echaba por tierra la oficialistamente constituida teoría del bandidaje, achacada por el
castrismo a dichos grupos guerrilleros. Me llevó
tiempo desarraigar de mi psiquis profunda la huella dejada por películas, seriales de televisión, telenovelas,
aventuras
y
literatura
que
pertinazmente demonizaron la acción y los verdaderos objetivos de dichos grupos armados.
El envenenamiento por demagogia tiene en el español Julián Juderías un teórico clave. En La leyenda negra (1914), Juderías llama la atención
sobre el conjunto de opiniones negativas vertidas
sobre España, en función de la conquista y colonización de América, por sus más acérrimos
enemigos, especialmente Inglaterra, con el objetivo de atacar los intereses y mermar la influencia
de la entonces mayor potencia de la tierra.
En el capítulo medular de la Inquisición, Juderías
subraya que no representa nada extraordinario
dentro de la época, ni más ni menos cruel que
otras instituciones de Alemania, Inglaterra, Francia o Suiza. No obstante dejar claro que no la defiende por considerarla un tribunal cruel, la sitúa
en el contexto de la época, al subrayar que fue un
instrumento en manos de los reyes para mantener
en la península la cohesión espiritual que faltó por
completo en los demás países, lo cual impidió que
España fuese teatro de guerras de religión, que
hubieran causado un número de víctimas infinitamente superior al que se atribuye a la represión
inquisitorial exagerada por sus detractores.
Por estas opiniones se le llegó a considerar reaccionario, aunque más tarde su biógrafo demostrara que, en realidad, Juderías fuera un destacado
regeneracionista.
Se plantea que Inglaterra fue pionera en el fomento de la leyenda, a través de los incipientes
medios masivos de comunicación, en este caso la
imprenta, con la edición del anticatólico Libro de
los mártires, de John Fox. Tres siglos más tarde,
los descendientes de estos pueblos, asentados al
norte del nuevo mundo, heredarán las tácticas demagógicas de sus antecesores para emplearlas en
sus fines expansionistas sobre el antiguo imperio
español.
En el capítulo cubano de La leyenda…, la política
norteamericana incursiona en una versión actualizada para justificar su intervención en lo que su
historiografía llama la Guerra de Cuba.
Un edicto oficial en la Inglaterra de 1570 dispone
que toda catedral y hogar de cualquier miembro
del clero disponga de un ejemplar de la segunda
edición del Libro de los mártires, entre otras razones para incentivar el nacionalismo a través del
odio al enemigo.
Tres siglos después, en América, las formas cambian, pero no los objetivos. Los magnates de la
prensa neoyorkina, William Randolph Hearst y