Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 116

Capítulo cubano de la leyenda negra española El valor de la memoria Roberto G. Castell Escritor, novelista y periodista Batabanó, Mayabeque, Cuba 116 E n la jerga criolla se alude al envenenamiento. Suele decirse que los cubanos estamos envenenados tras cincuenta años de propaganda. A mí, por ejemplo, me costó trabajo hacer justicia a las guerrillas que operaron en el Escambray en la década del sesenta. Mi primera reacción fue calificar de reaccionario, y valga la redundancia, aquel ejemplar de la revista Encuentro que echaba por tierra la oficialistamente constituida teoría del bandidaje, achacada por el castrismo a dichos grupos guerrilleros. Me llevó tiempo desarraigar de mi psiquis profunda la huella dejada por películas, seriales de televisión, telenovelas, aventuras y literatura que pertinazmente demonizaron la acción y los verdaderos objetivos de dichos grupos armados. El envenenamiento por demagogia tiene en el español Julián Juderías un teórico clave. En La leyenda negra (1914), Juderías llama la atención sobre el conjunto de opiniones negativas vertidas sobre España, en función de la conquista y colonización de América, por sus más acérrimos enemigos, especialmente Inglaterra, con el objetivo de atacar los intereses y mermar la influencia de la entonces mayor potencia de la tierra. En el capítulo medular de la Inquisición, Juderías subraya que no representa nada extraordinario dentro de la época, ni más ni menos cruel que otras instituciones de Alemania, Inglaterra, Francia o Suiza. No obstante dejar claro que no la defiende por considerarla un tribunal cruel, la sitúa en el contexto de la época, al subrayar que fue un instrumento en manos de los reyes para mantener en la península la cohesión espiritual que faltó por completo en los demás países, lo cual impidió que España fuese teatro de guerras de religión, que hubieran causado un número de víctimas infinitamente superior al que se atribuye a la represión inquisitorial exagerada por sus detractores. Por estas opiniones se le llegó a considerar reaccionario, aunque más tarde su biógrafo demostrara que, en realidad, Juderías fuera un destacado regeneracionista. Se plantea que Inglaterra fue pionera en el fomento de la leyenda, a través de los incipientes medios masivos de comunicación, en este caso la imprenta, con la edición del anticatólico Libro de los mártires, de John Fox. Tres siglos más tarde, los descendientes de estos pueblos, asentados al norte del nuevo mundo, heredarán las tácticas demagógicas de sus antecesores para emplearlas en sus fines expansionistas sobre el antiguo imperio español. En el capítulo cubano de La leyenda…, la política norteamericana incursiona en una versión actualizada para justificar su intervención en lo que su historiografía llama la Guerra de Cuba. Un edicto oficial en la Inglaterra de 1570 dispone que toda catedral y hogar de cualquier miembro del clero disponga de un ejemplar de la segunda edición del Libro de los mártires, entre otras razones para incentivar el nacionalismo a través del odio al enemigo. Tres siglos después, en América, las formas cambian, pero no los objetivos. Los magnates de la prensa neoyorkina, William Randolph Hearst y