Identidades Numero 3, Septiembre 2014 | Page 85

Puerco asado en púa El etnólogo cubano estableció, a partir de la etimología de los nombres de platos y bebidas, la marcada influencia africana en la conformación de nuestra cocina. En La cocina afrocubana (1923) menciona de nuevo el ajiaco y además, el congrí, el fufú, el calalú; entre las bebidas, la champola, el agualoja, el prú y otras. Quizás el aporte mayor de la cultura africana en nuestra comida radica en recrear sus gustos alimentarios con recursos del nuevo medio. La mujer esclava se encargaba de las labores domésticas en las casas de sus dueños, que no se limitarían a cocinar, lavar o limpiar, sino que llegaron a amamantar a los propios hijos de los amos. Al decir de Elías Entralgo en La liberación étnica cubana (1953), “los cargaría, los acunaría, los dormiría, les pondría la comida (que antes habría preparado) en la boca, jugaría con ellos, les inquietaría la imaginación con los primeros cuentos”. Al respecto Juan Antonio Alvarado también se pregunta en “La huella africana en Cuba” (ISLAS, Año 1, No. 1, 2005): ¿Cuantas huellas de las culturas ancestrales africanas pasarían a formar parte del nuevo crio como ser social? Es perfectamente comprensible que la nodriza africana afectara esencialmente sus preferencias en áreas tan básicas durante la infancia como la alimentación, el juego y el lenguaje. Toda esta influencia cultural ocurría inevitablemente a pesar de que —parafraseando a Jorge Camacho en El veneno de la raza… (IDENTIDADES. Año 1, No. 1, 2014)— el miedo al negro fue durante casi todo el siglo XIX un desasosiego real entre los blancos, por la posibilidad de que miles de esclavos africanos se sublevaran y acabaran en con ellos como había ocurrido en Haití. Un ejemplo que parece contundente entre los hábitos heredados del africano, al presentar y servir los platos, es el consumo de arroz, solo o mezclado con frijoles. Este último es regla primordial en la mesa cubana y casi ausente en España. También parecen ser de marcado antecedente africano algunas innovaciones de la técnica culinaria, como el puerco asado en púa o las bolas de harina que se agregan a los potajes (domplín), que se han rastreado hasta entre los haitianos que poblaron las zonas azucareras de Camagüey y Oriente. La cuantía del aporte africano a la mesa cubana y el análisis teórico más profundo de las causas que propician este desbalance, cuando menos informacional, requieren intervención de expertos y ciertamente mayor investigación. La contribución “Antecedentes etnohistóricos de la alimentación tradicional en Cuba”, de Niurka Núñez y Estrella González, para el Atlas Etnográfico de Cuba (1998), muestra los resultados recientes más sólidos. Pero menguar el aporte sería imperdonable y nos privaría de que, al saborear un ajiaco, no pudiéramos reconocer su delicia en cada uno de los ingredientes de la receta. 85