Para Cristóbal, “al final toda esta historia ha sido
un cuento. Los negros continuamos atrapados por
los nudos de la pobreza, a nosotros se nos reservó
la mala vida, pues no tenemos derecho a un techo.
Llevo 20 años viviendo en "la caliente" en un
asentamiento en malas condiciones. Cerca de
donde vivo levantaron en tres meses un edificio
para policías. Salí de un albergue y decidí levantar mi propio rancho, Creo que aquí voy a morirme. Trabajo en Servicios Comunales de Centro
Habana y en mi tiempo libre me voy a bailar a la
Plaza Vieja, para alegrarle la vida a los turistas,
pues con eso me gano unos fulitas. Mi sueño es
comprarme un televisor”.
Y sigue diciendo: “Ya estamos cansados de escupir nuestra miseria. Nuestras vidas están exprimidas por el desencanto. Muchos hemos pagado con nuestras vidas un precio muy alto, en el
cual sentimos la fatiga de las cruzadas heroicas”.
Gracias al racismo, los negros cubanos no han
dejado de ejercer los trabajos más duros y violentos, están arrinconados entre la devaluación y el
silencio. No han dejado de ser pasajeros indocumentados de la historia. Sus vidas prosiguen
siendo una marcha forzada. Mientras tanto, la
nación continúa siendo una entidad en permanente tensión con su diversidad interior.
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