¿Cómo puede evaluar su trabajo una persona que,
después de cuarenta años de laborar ininterrumpidamente, vive en la miseria?
Al presentar a Enrique Carrera Herrera, Maylan
Álvarez apunta que no tenía zapatos. Pero Enrique Carrera, a quien solían apodar Macandó, no
era un simple pensionado empobrecido.
Enrique Carrera Herrera: “Yo tengo 14 medallas
por el Consejo de Estado. Fundador de la milicia,
fundador del Ejército. Ah, y mis tres medallitas
de donante de sangre, de más de 60 donaciones de
sangre. Fui delegado en Matanzas del Departamento de Prevención de Incendios. El único que
salió de Matanzas. Cuando aquí la gente decía:
Comiendo mierda y rompiendo zapatos, nosotros
estábamos ahí. El Escambray, Angola, Crisis de
Octubre. En Girón Fidel estaba en el Sau 100, en
Playa Larga, y en el segundo Sau 100 estaba yo.
Yo tengo la gorra esa guardá. Porque esas boinas
no son iguales a las demás. Y él me dijo: Negro,
esto es hasta el frente. Yo le dije: Hasta el frente”.
Alguien que ha pasado veinte o treinta años formando parte de un grupo de trabajo prestigioso,
¿cómo puede considerar su orgullo una vez que
ese colectivo es desintegrado y se dispersa a sus
miembros sin reconocimiento alguno?
Luis Gustavo Rojas Hernández comenzó a cortar
caña en 1969 y estuvo haciéndolo hasta que cerraron el central Juan Ávila. Desde los dieciséis
años perteneció al Batallón de los 500 dirigido
por Reynaldo Castro, “una brigada de hombres de
trabajo (…)… el hombre que no cortara quinientas arrobas de caña no podía estar en el Bon de las
500”. Maylan Álvarez le pregunta qué pasó con
ese Bon.
Luis Gustavo Rojas Hernández: “Cuando Juan
Ávila dejó de moler, la granja, que era la que nos
pagaba a nosotros dejó de existir. Y al no existir
la granja, el Bon dejó de existir y pasaron a cooperativas.
Los hombres del Bon eran de distintos centros de
trabajo. Los había de Matanzas, de Limonar, de
aquí, de Alacranes, de Bermejas, de Cabezas, de
104
distintos lugares. Pero al no moler los dos centrales cada uno buscó otro centro de trabajo: unos
pal campo pa’ la finca de los padres, de los abuelos, no sé”.
Denominar pomposamente “Tarea Álvaro Reynoso”7, como si de un éxito productivo o científico se tratase, al proceso de cierre de los centrales
y el subsiguiente desentendimiento de los miles
de obreros sin empleo es una forma de silencio.
Una de las entrevistas por Maylan Álvarez pone
el dedo en la llaga.
María Laura Martín Rodríguez: “Es criminal, lastimoso, que su nombre haya sido utilizado para
algo así, que encabece algo que tanto golpeó a
esos hombres y mujeres amantes de azúcar”.
Si nuestras acciones no merecen ningún reconocimiento; si es posible terminar la actividad que
desarrollamos por toda una vida sin reparar en su
producto; si nuestra pensión no alcanza para comprarnos un par de zapatos; si la decisión de deshacer nuestras vidas se celebra como un triunfo y
se le denomina de forma aparatosa, entonces,
¿qué valía tuvo la mayor de las entregas?
Ese es el valor humanista de la acción de Maylan
Álvarez: llegar a cada una de estas personas y permitirles hablar, no porque se los tropezó en el camino ni porque dan pena, sino porque fueron los
dignos protagonistas de una época, aunque no
tengan hoy qué comer.
Por Maylan Álvarez hemos asistido al único
ruido, el único sonido y la única alarma que han
podido accionar