En las últimas décadas, fenómenos tan trascendentes como el crecimiento demográfico —que
aumenta la importancia numérica de la juventud
en la sociedad— y el impetuoso desarrollo de la
tecnología, la informática y las ciencias —que
acrecientan la enriquecedora interdependencia
entre comunidades y naciones— han coadyuvado
a que se incrementen la participación e influencia
de la juventud en la vida política, económica y
cultural contemporánea.
La Cuba de hoy se caracteriza por el desconocimiento institucional de los derechos fundamentales, la supresión de la sociedad civil, de la opinión
pública, del derecho de propiedad y de la independencia del poder judicial; así como por el control sobre todos los recursos y procesos económicos, la supeditación de las leyes a los mecanismos
de control y represión, la usurpación de valores
como el patriotismo y la nacionalidad, además de
la fusión y confusión de conceptos como Partido,
Gobierno, Estado y Nación, que privan a los individuos y a las colectividades de espacio y capacidad para participar de forma activa, directa y consecuente en la definición de los destinos nacionales.
La parcialización ideologizante de todos los espacios y referentes de la sociedad va liquidando las
posibilidades reales de la juventud para enfrentar
de manera plural, abierta y positiva los retos y cometidos de su tiempo. Así queda maniatada su capacidad de influencia como natural vanguardia
impulsora del progreso social.
El tutelaje ideológico cultural en todas sus áreas,
así como la negación y tergiversación de patrones
culturales atrofian las capacidades de percepción
cívica y sociopolíticas y, por tanto, la formación
de referencias y criterios que deben sustentar la
toma de conciencia y la proyección de la juventud
ante los problemas múltiples y complejos que caracterizan al mundo moderno.
El hecho de no formarse en el natural marco plural de una sociedad diversa, abierta al debate, la
confrontación e intercambio de ideas, criterios y
opiniones, limitan de manera considerable