Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 76

nombre de su esposo, no podían creerlo. Pensaban que les estaban corriendo una máquina, una cruel broma. Pero resultó verdad. Y también resulto verdad, aunque amarga, que una vez que comenzaron a vivir en su nueva patria, a ambos los mordió la añoranza. “No podía dejar de pensar en mi familia. Y hasta en el perro de mi papá, yo, que no soporto los perros”. El esposo, que ella califica de muy hábil para cualquier trabajo manual, tuvo dificultades por no hallar un empleo bien remunerado. Su prioridad era comprar herramientas para intentar emprender su propio negocio. Pero resultaban demasiado caras. Así que ambos se fueron frustrando hasta el punto de querer volver de visita a Cuba cuanto antes. Sólo al cabo de tres años pudieron emprender el ansiado viaje. Marta me confiesa que, sin vergüenza alguna, en cuanto llegó besó el suelo que acababa de pisar. Se sentía libre de una larga angustia, dispuesta a disfrutar la estancia de un mes. “Hasta pensamos quedarnos”, me dice y se ruboriza, pero las cosas no fueron como imaginó. Cuando se alojaron en casa de sus padres, aquello le resultó pequeño, sucio, con muebles gastados o mal reparados. No era lo que recordaba. Tampoco recordaba que el agua había que ahorrarla, porque el acueducto suministra al barrio unas 12 horas cada 48. Sus padres estaban mucho más viejos y pobres de lo que esperaba. Y su hermana tenía un novio viviendo con ella en el dormitorio que había sido de ambas. La hermana les cedió la habitación para dormir con su pareja en el sofá de la sala. Hubo apagones, pero ese no fue el problema. La dificultad insuperable comenzó a ser su propia familia y hasta la poca parentela del esposo. Cuando se reunían, que era algo constante, siempre surgía la idea de ir a comprar esto o aquello o de almorzar o comer en algún restorán. Al principio ambos lo acepta- ban, gustosos. Pero ya al tercer día se percataron que les faltaba dinero del que guardaban en las maletas para poder arrostrar el mes de vacaciones. Las tensiones se elevaron cuando le expuso el penoso asunto a la familia. Muy pronto, toda la dificultad para vivir el diario se les fue acumulando. Casi sin darse cuenta, ambos llegaron a estar hartos, otra vez, de Cuba, y deseosos de marcharse. Se les esfumó de la cabeza aquella idea de quedarse: “¡Hay que estar loco!”. El rumbo perdido En los tiempos modernos sólo se conocen tres ejemplos de totalitarismo con un modelo, muy próximo por la geografía, de sociedad completamente opuestos. Son los casos de las dos Alemanias, ambas Coreas y el muy singular de Cuba y Miami. Es bien conocido, hasta famoso, este empalme forzoso de península-isla a fuerza de un constante goteo, y a veces chorros, de idiosincrasia y nación exiliada. Miami se ha transformado en una Cuba, o mejor, en una Habana megalopólica, tal como indicaba el rumbo mimético que iba tomando la ciudad en los años cincuenta, decididamente perfilada con modas y normas de vida de una creciente clase media con altos perfiles de consumo netamente norteamericanos. O sea que viajar, o quedarse en Miami es como hacerlo al futuro que se nos perdió en algún momento inicial de la utopía inútil. La Ley de Ajuste Cubano fue el bálsamo salvador. Permite que esa Cuba desterrada por desobediente fluya y conforme de manera constructiva todo ese caudal de creatividad que pierde de la isla en el goteo, o chorro invalorable. Viajeros-comerciantes y la nueva barrera feudal Al principio, Yusemis viajó varias veces a Ecuador, aprovechando que no se requería visa para cubanos. Era una mula, como se llama en jerga cubana a los 76