El emigrante insólito
Armando Soler Hernández
Periodista
La Habana, Cuba
Chico, lo que yo quiero esj jirme pa´ un paí
donde la policía te meta preso porn no decirn lo que piensa´.
Un desconocido a otro en la calle Galiano, La Habana.
Darse de narices con la realidad reencontrada
P
vados que le señalo en nuestro peregrinaje, me deja la impresión de que algo
ya no va bien con lo que recuerda. Muchas de las personas con las que nos
cruzamos les parecen avejentadas. Y
también las casas de la que era una linda
avenida, aún arbolada.
Pero el golpe de gracia a la memoria
parece dárselo el mismo centro Mónaco.
Veo a Jorge desconcertado. Recorremos
el mercado de productos agrícolas. Le
asombra la poca variedad de fruta: sólo
hay fruta bomba. Queda desconcertado
con el mosquerío, que nos da un bofetón
cuando llegamos a la carne de cerdo, a
la venta en una sección abierta al calor
circundante. En voz alta se pregunta
cómo pueden vender carne en ambiente
sin refrigeración. Eso parece molestar a
un señor mayor que espera para comprar. Comenta algo intolerante, defendiendo “lo que tenemos”.
Me apresuro a evitar una discusión llevándome a Jorge de allí. Finalmente
llegamos a la heladería, y aunque cobran en CUC, por supuesto que hay una
cola. Nos dicen que acaban de sacar
helado de chocolate. No son muchas
personas en espera, pero Jorge no soporta hacer cola al sol. Comenta que ya
no está acostumbrado.
La suciedad abunda y también la gritería de la cercana panadería, donde acaban de poner pan a la venta y se forma
un abarrote cerca del mostrador. Conoz-
or su propia elección, llamémosle
Jorge. Reside en Miami y acaba
de regresar de vacaciones. Quiere
recorrer el barrio, ver a sus amigos y me
confiesa que tiene muchos deseos de ir
al Mónaco, una especie de abigarrada
plaza comercial llamada así por el antiguo cine Mónaco que allí aún se levanta. Era uno de los más modernos en La
Habana en la década de 1950.
¿Qué tiene de especial el Mónaco para
ti? Dice que es un lugar muy bonito,
donde pasó muy buenos tiempos cuando
era más joven. Jorge tiene 37 años, y al
indagar cuándo emigró me responde
que hace dos años y pico. Perplejo, le
digo que ese lugar, aunque conserva
tiendas y comercios, no ha cambiado
mucho, excepto quizá por los pequeños
puestos de vendedores que abarrotan el
parqueo frente al viejo y casi vacío grocery. Pero él niega con la cabeza. Afirma que recuerda bien cómo es el sitio.
Para salir de dudas, me invita a acompañarlo y tomarnos un helado.
Ya el breve paseo por la avenida Mayía
Rodríguez comienza a golpearlo. Le
molesta el hedor de unos restos de basura en la esquina con la calle Carmen. Ya
lo recogieron, pero hubo un montón
acumulado por una semana pudriéndose
bajo el fuerte sol.
¡Coño, qué sucio y abandonado está
todo!, se le escapa. Y no sólo es el entorno. Pese a que algunos negocios pri
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