Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 74

El emigrante insólito Armando Soler Hernández Periodista La Habana, Cuba Chico, lo que yo quiero esj jirme pa´ un paí donde la policía te meta preso porn no decirn lo que piensa´. Un desconocido a otro en la calle Galiano, La Habana. Darse de narices con la realidad reencontrada P vados que le señalo en nuestro peregrinaje, me deja la impresión de que algo ya no va bien con lo que recuerda. Muchas de las personas con las que nos cruzamos les parecen avejentadas. Y también las casas de la que era una linda avenida, aún arbolada. Pero el golpe de gracia a la memoria parece dárselo el mismo centro Mónaco. Veo a Jorge desconcertado. Recorremos el mercado de productos agrícolas. Le asombra la poca variedad de fruta: sólo hay fruta bomba. Queda desconcertado con el mosquerío, que nos da un bofetón cuando llegamos a la carne de cerdo, a la venta en una sección abierta al calor circundante. En voz alta se pregunta cómo pueden vender carne en ambiente sin refrigeración. Eso parece molestar a un señor mayor que espera para comprar. Comenta algo intolerante, defendiendo “lo que tenemos”. Me apresuro a evitar una discusión llevándome a Jorge de allí. Finalmente llegamos a la heladería, y aunque cobran en CUC, por supuesto que hay una cola. Nos dicen que acaban de sacar helado de chocolate. No son muchas personas en espera, pero Jorge no soporta hacer cola al sol. Comenta que ya no está acostumbrado. La suciedad abunda y también la gritería de la cercana panadería, donde acaban de poner pan a la venta y se forma un abarrote cerca del mostrador. Conoz- or su propia elección, llamémosle Jorge. Reside en Miami y acaba de regresar de vacaciones. Quiere recorrer el barrio, ver a sus amigos y me confiesa que tiene muchos deseos de ir al Mónaco, una especie de abigarrada plaza comercial llamada así por el antiguo cine Mónaco que allí aún se levanta. Era uno de los más modernos en La Habana en la década de 1950. ¿Qué tiene de especial el Mónaco para ti? Dice que es un lugar muy bonito, donde pasó muy buenos tiempos cuando era más joven. Jorge tiene 37 años, y al indagar cuándo emigró me responde que hace dos años y pico. Perplejo, le digo que ese lugar, aunque conserva tiendas y comercios, no ha cambiado mucho, excepto quizá por los pequeños puestos de vendedores que abarrotan el parqueo frente al viejo y casi vacío grocery. Pero él niega con la cabeza. Afirma que recuerda bien cómo es el sitio. Para salir de dudas, me invita a acompañarlo y tomarnos un helado. Ya el breve paseo por la avenida Mayía Rodríguez comienza a golpearlo. Le molesta el hedor de unos restos de basura en la esquina con la calle Carmen. Ya lo recogieron, pero hubo un montón acumulado por una semana pudriéndose bajo el fuerte sol. ¡Coño, qué sucio y abandonado está todo!, se le escapa. Y no sólo es el entorno. Pese a que algunos negocios pri 74