Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 61

A todos los efectos visibles, la salida progresista está garantizada no solo y no tanto por la agenda política de grupos y proyectos cuya identidad y sensibilidad se encuadran desde el centro y hacia la izquierda, sino por la sociedad misma. La confusión de la izquierda global con Cuba parte de identificar el poder de los que hicieron la revolución con la idea de que la revolución continúa en el poder. Una confusión que, detrás de su imposibilidad lógica, pierde de vista la soterrada revolución social que se viene produciendo en Cuba desde hace 20 años, por lo menos, en la economía solidaria de barrios y comunidades, redes compartidas y clandestinas de comunicación e información, tolerancia social hacia la diversidad y apertura sin espasmo a otras realidades que nos fueron negadas durante más de 50 años. En todos estos sentidos, la sociedad cubana, progresista per se en sus corrientes principales, va por delante del y se autogenera a pesar del Estado. Lo que explica por qué quienes nos visitan desde el exterior se asombran más de quiénes y cómo somos con respecto al asombro de los cubanos cuando viajamos al extranjero. La decisión política de la maquinaria conservadora nacida del discurso revolucionario ha sido bloquear permanentemente las constantes soluciones progresistas que la sociedad cubana ha venido intentando desarrollar y debatir ante las necesidades creadas por un modelo de subdesarrollo asumido por el Estado. Por más que el consenso mundial hacia la economía de mercado sea un hecho, la realidad en Cuba es que el gobierno ha introducido las peores variantes de fórmulas de mercado. Los cubanos de la Isla, en todos sus segmentos, han imaginado fórmulas de bienestar que abrazan la economía de mercado, pero no la sociedad de mercado. La mercantilización de la salud, por ejemplo, es y solo podría ser en Cuba un proyecto del Estado, nunca pensado por la sociedad. Los cubanos quieren la salud gratis y el gobierno sigue vendiendo la idea de que la salud es gratis. El modelo de subdesarrollo asumido por el gobierno no ofrece salidas a la situación actual ni permite conservar las prestaciones sociales en Cuba, con sus tres ejes estructurales: la dependencia estratégica de materias primas ajenas, la gramática de un relato que acomoda el desastre en el nacionalismo histórico y el bloqueo a la iniciativa económica de la gente dentro de la autarquía colectivista. Y ahora, desde el poder, se profundiza el problema. La militarización de la economía, compartida entre familias patrimoniales y políticas; el precario emprendimiento individual (cuentapropismo) y la reestructuración de la dependencia (por remesas desde el exterior) se hace acompañar de un giro impensable a la izquierda: la mercantilización de la salud que, como la Mc Donald, cotiza en el mercado. La latinoamericanización de Cuba está allí para ser vista. Pero hay salida progresista al desastre, facilitada por Barack Obama después del 17 de diciembre de 2014. El derrumbe del relato del enemigo, que constituía una proyección del subconsciente político sobre los Estados Unidos, proporcionó un instrumento político formidable y, lo que es mejor, la arquitectura de una narrativa que acomodaba el desastre en el nacionalismo histórico y desactivaba las pretensiones de democratización de la sociedad. El gobierno cubano logró así lo impensable: normalizar la excepcionalidad de un conflicto y enrarecer la esencia plural, lógicamente democrática, de la sociedad cubana. No fue un éxito menor, que aún hoy trata de negar la condición occidental de Cuba, pero después del 17 de diciembre comienza otra escritura de Cuba. Por eso este derrumbe facilita dos desarrollos importantes que están en la 61