A todos los efectos visibles, la salida
progresista está garantizada no solo y no
tanto por la agenda política de grupos y
proyectos cuya identidad y sensibilidad
se encuadran desde el centro y hacia la
izquierda, sino por la sociedad misma.
La confusión de la izquierda global con
Cuba parte de identificar el poder de los
que hicieron la revolución con la idea
de que la revolución continúa en el poder. Una confusión que, detrás de su
imposibilidad lógica, pierde de vista la
soterrada revolución social que se viene
produciendo en Cuba desde hace 20
años, por lo menos, en la economía solidaria de barrios y comunidades, redes
compartidas y clandestinas de comunicación e información, tolerancia social
hacia la diversidad y apertura sin espasmo a otras realidades que nos fueron
negadas durante más de 50 años. En
todos estos sentidos, la sociedad cubana, progresista per se en sus corrientes
principales, va por delante del y se autogenera a pesar del Estado. Lo que
explica por qué quienes nos visitan desde el exterior se asombran más de quiénes y cómo somos con respecto al
asombro de los cubanos cuando viajamos al extranjero.
La decisión política de la maquinaria
conservadora nacida del discurso revolucionario ha sido bloquear permanentemente las constantes soluciones progresistas que la sociedad cubana ha venido intentando desarrollar y debatir
ante las necesidades creadas por un modelo de subdesarrollo asumido por el
Estado. Por más que el consenso mundial hacia la economía de mercado sea
un hecho, la realidad en Cuba es que el
gobierno ha introducido las peores variantes de fórmulas de mercado. Los
cubanos de la Isla, en todos sus segmentos, han imaginado fórmulas de bienestar que abrazan la economía de mercado, pero no la sociedad de mercado. La
mercantilización de la salud, por ejemplo, es y solo podría ser en Cuba un
proyecto del Estado, nunca pensado por
la sociedad. Los cubanos quieren la salud gratis y el gobierno sigue vendiendo
la idea de que la salud es gratis.
El modelo de subdesarrollo asumido por
el gobierno no ofrece salidas a la situación actual ni permite conservar las
prestaciones sociales en Cuba, con sus
tres ejes estructurales: la dependencia
estratégica de materias primas ajenas, la
gramática de un relato que acomoda el
desastre en el nacionalismo histórico y
el bloqueo a la iniciativa económica de
la gente dentro de la autarquía colectivista.
Y ahora, desde el poder, se profundiza
el problema. La militarización de la
economía, compartida entre familias
patrimoniales y políticas; el precario
emprendimiento individual (cuentapropismo) y la reestructuración de la dependencia (por remesas desde el exterior) se hace acompañar de un giro impensable a la izquierda: la mercantilización de la salud que, como la Mc Donald, cotiza en el mercado. La latinoamericanización de Cuba está allí para
ser vista.
Pero hay salida progresista al desastre,
facilitada por Barack Obama después
del 17 de diciembre de 2014. El derrumbe del relato del enemigo, que
constituía una proyección del subconsciente político sobre los Estados Unidos, proporcionó un instrumento político formidable y, lo que es mejor, la arquitectura de una narrativa que acomodaba el desastre en el nacionalismo histórico y desactivaba las pretensiones de
democratización de la sociedad. El gobierno cubano logró así lo impensable:
normalizar la excepcionalidad de un
conflicto y enrarecer la esencia plural,
lógicamente democrática, de la sociedad
cubana. No fue un éxito menor, que aún
hoy trata de negar la condición occidental de Cuba, pero después del 17 de diciembre comienza otra escritura de Cuba.
Por eso este derrumbe facilita dos desarrollos importantes que están en la
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