Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 52

siempre estuve muy apegado a mi madre y sufrí mucho en esos dos años sin estar con ella a mi lado. ¿Qué decían en casa de tu condición? Mis padres y demás familiares sabían de mi condición, porque desde niño no era el tipo que puede pasar inadvertido ni he optado por el camuflaje, como muchos que andan por ahí de incógnitos, engañando a mujeres y familias. Mi homosexualidad no hace daño a nadie y no tengo por qué fingir para quedar bien con la sociedad. ¿Cómo influyó tu sexualidad en tu educación? Mucho. Me quedé en octavo grado, por un problema de inclusión; me resultaba complicado adaptarme a ciertos ambientes y vivía bajo la mirada de los otros, tanto de adultos como de compañeros de estudios. Era visto como anormal; mis ademanes y rostro femenino causaban grave problema para ellos e incluso llegaron a afectarme en mi manera de ver la vida. Me convertí en un joven apático, le cogí miedo a la calle, sentía temor cuando tenía que preguntar a cualquiera por miedo a sentirme rechazado. La mayor parte del tiempo solo recibía críticas y burlas de cualquiera; si caminaba por la calle, me gritaban horrores, lo mismo desde un carro que desde un camión. La gente no se limitaba, me gritaban ofensas y hasta tiraban piedras, botellas, huevos. Y lo más penoso de todo era que no pasaba nada, yo no existía, y no sé si ahora hay una ley que condene por agresión física y verbal a un homosexual. ¿Qué sucedió en la escuela secundaria donde estuviste como interno? Me becaron cuando tenía 13 años. No había camas disponibles en el albergue de séptimo grado y me enviaron a uno de noveno. Te podrás imaginar: los alumnos de noveno grado eran muchachos en pleno desarrollo y yo apenas ni tenía vello en el pubis; para rematar, me orinaba en la cama. Gracias a Dios ¿Sufriste maltrato en tu escuela por tus compañeros y maestros? Estoy convencido de que personas como yo hay miles, y han pasado por situaciones idénticas a las mías o peores. Lo que me tocó vivir fue una etapa difícil; por los años 80 se tenía la visión de que los homosexuales eran bastante diferentes, aunque aún persiste la homofobia. Fui becario en una escuela en el campo, contra mi voluntad, para enderezarme y convertirme en hombre. Recibí maltratos de todo tipo, tanto de alumnos como de maestros. Un profesor me agredió de palabra y me propinó una patada que lastimó mi espalda. Me escapé de la escuela y estuve corriendo por los sembrados de maní, con varios profesores detrás, hasta que finalmente me llevaron a la dirección y controlaron mi ataque de histeria. Nunca dije nada a mis padres. Hubo un muchacho que me obligaba a tener sexo con él. Me pedía que lo masturbara o me metiera su pene en la boca, pero aquello no me gustaba y él me amenazaba con contárselo a todos y hasta de ir a la dirección para acusarme de habérmele tirado encima. Casi todas las noches iba a mi litera. Gracias a Dios un día lo descubrieron con otro y lo expulsaron de la escuela. Estos eventos me ocurrían con frecuencia. Muchos varones estaban dentro del closet y usaban la violencia para llegar a mí. En cierta ocasión, un grupo como de quince hombres, a la hora de dormir, me cayeron encima donde estaba acostado. Todos estaban desnudos y empecé a llorar; el cabecilla los llevó a todos al baño conmigo, los puso en fila india y me pidió dar una cachetada en la cara a cada uno. Yo lo hice, pero no con fuerza. El último fue al jefe de albergue, quien frente a aquella situación estaba completamente excitado. Eso fue algo que tampoco entendí, como muchas otras cosas, por ser tan joven, que no lograba descifrar en aquel mundo totalmente ajeno. Fue muy difícil, porque yo 52