siempre estuve muy apegado a mi madre y sufrí mucho en esos dos años sin
estar con ella a mi lado.
¿Qué decían en casa de tu condición?
Mis padres y demás familiares sabían de
mi condición, porque desde niño no era
el tipo que puede pasar inadvertido ni
he optado por el camuflaje, como muchos que andan por ahí de incógnitos,
engañando a mujeres y familias. Mi
homosexualidad no hace daño a nadie y
no tengo por qué fingir para quedar bien
con la sociedad.
¿Cómo influyó tu sexualidad en tu
educación?
Mucho. Me quedé en octavo grado, por
un problema de inclusión; me resultaba
complicado adaptarme a ciertos ambientes y vivía bajo la mirada de los otros,
tanto de adultos como de compañeros
de estudios. Era visto como anormal;
mis ademanes y rostro femenino causaban grave problema para ellos e incluso
llegaron a afectarme en mi manera de
ver la vida. Me convertí en un joven
apático, le cogí miedo a la calle, sentía
temor cuando tenía que preguntar a
cualquiera por miedo a sentirme rechazado.
La mayor parte del tiempo solo recibía
críticas y burlas de cualquiera; si caminaba por la calle, me gritaban horrores,
lo mismo desde un carro que desde un
camión. La gente no se limitaba, me
gritaban ofensas y hasta tiraban piedras,
botellas, huevos. Y lo más penoso de
todo era que no pasaba nada, yo no
existía, y no sé si ahora hay una ley que
condene por agresión física y verbal a
un homosexual.
¿Qué sucedió en la escuela secundaria
donde estuviste como interno?
Me becaron cuando tenía 13 años. No
había camas disponibles en el albergue
de séptimo grado y me enviaron a uno
de noveno. Te podrás imaginar: los
alumnos de noveno grado eran muchachos en pleno desarrollo y yo apenas ni
tenía vello en el pubis; para rematar, me
orinaba en la cama. Gracias a Dios
¿Sufriste maltrato en tu escuela por
tus compañeros y maestros?
Estoy convencido de que personas como yo hay miles, y han pasado por situaciones idénticas a las mías o peores.
Lo que me tocó vivir fue una etapa difícil; por los años 80 se tenía la visión de
que los homosexuales eran bastante
diferentes, aunque aún persiste la homofobia. Fui becario en una escuela en el
campo, contra mi voluntad, para enderezarme y convertirme en hombre.
Recibí maltratos de todo tipo, tanto de
alumnos como de maestros. Un profesor
me agredió de palabra y me propinó una
patada que lastimó mi espalda. Me escapé de la escuela y estuve corriendo
por los sembrados de maní, con varios
profesores detrás, hasta que finalmente
me llevaron a la dirección y controlaron mi ataque de histeria. Nunca dije
nada a mis padres. Hubo un muchacho
que me obligaba a tener sexo con él. Me
pedía que lo masturbara o me metiera su
pene en la boca, pero aquello no me
gustaba y él me amenazaba con contárselo a todos y hasta de ir a la dirección
para acusarme de habérmele tirado encima. Casi todas las noches iba a mi
litera. Gracias a Dios un día lo descubrieron con otro y lo expulsaron de la
escuela.
Estos eventos me ocurrían con frecuencia. Muchos varones estaban dentro del
closet y usaban la violencia para llegar a
mí. En cierta ocasión, un grupo como de
quince hombres, a la hora de dormir, me
cayeron encima donde estaba acostado.
Todos estaban desnudos y empecé a
llorar; el cabecilla los llevó a todos al
baño conmigo, los puso en fila india y
me pidió dar una cachetada en la cara a
cada uno. Yo lo hice, pero no con fuerza. El último fue al jefe de albergue,
quien frente a aquella situación estaba
completamente excitado. Eso fue algo
que tampoco entendí, como muchas
otras cosas, por ser tan joven, que no
lograba descifrar en aquel mundo totalmente ajeno. Fue muy difícil, porque yo
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