Identidades No 5, Abril, 2015 | Page 34

el afrodescendiente, nunca será reconocido ni valorado como ciudadano de primera categoría. Detrás del discurso igualitarista y emancipatorio de la revolución se esconde una realidad bien diferente. Desde los inicios mismos el alto liderazgo dio por eliminado el racismo y suprimió totalmente el debate sobre el tema. Por primera vez en la historia de Cuba, los afrodescendientes perdimos la voz en los espacios cívicos, jurídicos y mediáticos. Durante décadas hablar de racismo era mellar la unidad nacional y revolucionaria. Los afrodescendientes somos invisibles en las imágenes públicas, en la propaganda comercial y corporativa. Después de medio siglo de revolución, en el imaginario social solo somos víctimas, culpables o beneficiarios del paternalismo colonialista, que nos convierte en objeto de manipulación y permanente menosprecio. Con la revolución fueron eliminados los espacios e instituciones cívicos de los afrodescendientes cubanos. Las sociedades fraternales, culturales y de recreo, que desde el siglo pasado habían sido plataforma para el mejoramiento social y las luchas emancipadoras de los afrodescendientes, se convirtieron en historia pasada. Los cubanos negros y mestizos fuimos convertidos en objeto inerme de un poder que, evidentemente, nos menosprecia. Los descendientes de españoles, chinos, árabes y hebreos conservan sus asociaciones fraternales. Sólo los descendientes de africanos fuimos privados de ellas. En los umbrales de la revolución, prestigiosos líderes y pensadores antirracistas y desde posiciones francamente izquierdistas, como Juan Rene Betancourt, Walterio Carbonell y Carlos Moore, indicaron al alto liderazgo que el camino de la igualdad, la justicia y el equilibrio social pasaban por la activación de mecanismos efectivos de empoderamiento cívico y económico de las grandes masas de afrodescendientes, históricamente desposeídos y excluidos. La historia demostró que esa era la única vía de evitar las enormes fracturas y desajustes sociales que hoy sufrimos. Estos destacados intelectuales antirracistas fueron víctimas de toda suerte de persecuciones, ostracismo y destierro. Definitivamente la revolución no fue la solución para el conflicto que ha marcado toda nuestra historia. La represión racista del alto liderazgo tocó por igual a importantes líderes sindicalistas afrodescendientes, a los integrantes de solidos proyectos culturales como la casa editorial El Puente, a ese grupo de jóvenes diplomáticos que, en los años sesenta y setenta, manifestaron inquietudes y preocupaciones al apreciar el divorcio entre el discurso oficial y la realidad social. Mientras el mundo asumía a Cuba como la perfecta democracia racial, el gobierno legisló, como consecuencia de Congreso de Educación y Cultura (1971), contra la manifestación y difusión de los valores culturales de origen africano. Se han construido dos catedrales ortodoxas en zona de mayoritaria población afrodescendiente, mientras se prohíben templos de las religiones de origen africano. Resulta bien ilustrativo que en las dos visitas papales ni la jerarquía católica ni las autoridades gubernamentales propiciaron el encuentro con los representantes de las religiones de origen africano con incidencia mayoritaria en la población cubana. Los gobernantes nunca impulsaron mecanismos de empoderamiento que atenuaran las desventajas históricas en el plano socioeconómico que arrastraban los afrodescendientes. Al sobrevenir la crisis generalizada del modelo en los años noventa, esas desventajas se hicieron más graves y evidentes. La dolarización de la sociedad en la primera mitad de los años noventa convirtió en estructural esa desventaja históricamente acumulada. El acceso a las divisas se convirtió en fuente y patrón 34