cial, empleo y estudio, lo cual afecta su
acceso a la educación superior.
La carencia de patrimonio material,
maternidad temprana, deserción escolar,
elevada fecundidad y las limitaciones
del rol educativo familiar son violencias
estructurales muy marcadas.
La mayoría de quienes habitan estos
paisajes perdidos en la geografía habanera nació lejos, en Holguín, Camagüey, Las Tunas, Guantánamo o Santiago de Cuba, pero otros nacieron en barrios habaneros tradicionales de la población negra o mestiza, como La Hata
en Guanabacoa, La Corea en San Miguel del Padrón, Cocosolo o Pogolotti
en Marianao y La Timba, El Fanguito y
La Dionisia en el Vedado.
La feminización de la pobreza es una
dura realidad. En estos lugares todo el
peso de la economía familiar descansa
en las mujeres, que buscan el día a día
de diversas formas. Unas se ganan la
vida limpiando las casas de los nuevos
ricos; otras, haciendo trenzas en el Capitolio o la Plaza de la Catedral a turistas nórdicos; otras, vendiendo artículos
de vestir o aseo en los exteriores de las
tiendas comerciales de recuperación de
divisas, que algún día formaron parte
del circuito de La Habana Elegante, o
salvan grandes distancias entre el Reparto Juanelo y El Vedado para vender
útiles de limpieza. Las más jóvenes
venden su cuerpo con tarifas diferenciadas para turistas y nacionales, al precio
que sea, para mantenerse ellas y sus
pequeños infantes.
Aquí la vida suele ser más dura de lo
que parece, pero así habita lo más excluido de nuestra diversidad interior.
El paisaje de la desigualdad no deja de
marcar nuevos escenarios.
La Habana son también los cuerpos
Asusta muchísimo la Habana desfallecida que se levanta ante nuestra mirada.
Una ciudad en la cual muchos de nuestros ancianos no están protegidos de las
crueldades cotidianas. Tanto el verano
como el más crudo de nuestros invier-
nos acomoda a mucho de nuestros ancianos en cualquier calle o portal de la
Habana, bajo un derrumbe y a cualquier
hora del día y la noche, hurgando en los
contenedores de basura en busca de
algún alimento u objeto para su uso personal o con el que se puedan ganar unas
monedas entregándolo como materia
prima.
Ellos son estatuas ultrajadas, con la piel
maltratada por el hambre y la frialdad
del piso que perfora los huesos. Allí la
ilusión también se extravió en sus ojos.
Muchos entregaron su juventud confiados en un futuro mejor, que muy tempranamente les confiscaron; algunos
participaron en tareas revolucionarias y
de vanguardia, misiones internacionalistas en Angola y Etiopia, en las cuales
que arriesgaron sus vidas, así como en
zafras millonarias y otros movimientos
agrícolas.
La tercera edad está marcada por alta
presencia en la denominada población
en riesgo. De esta cruel realidad nunca
hablan los medios informativos como
Cubadice o Cubadebate.
Es la realidad escondida porque, para
la prensa revolucionaria, la pobreza y la
indigencia son fenómenos típicos de las
sociedades capitalistas. Pobreza, indigencia y mendicidad son consideradas
palabras obscenas y prohibidas en el
índice de la revolución. No recuerdo
haber visto una denuncia en los medios
informativos sobre realidades tan crueles como estas.
En los discursos de la alta dirección
política del país y en la política de lineamientos, la pobreza no existe; la
opción es traducirla como población
vulnerable o de riesgo.
Para muchas de estas personas, sus vidas pueden estar marcadas por el desajuste emocional, los estados depresivos, el alcoholismo, la ansiedad, los
trastornos psiquiátricos, pero cuando
nos involucramos en las verdaderas historias de sus vidas, cuando nos muestran sus cicatrices y se vanaglorian de
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